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Nacionalismos
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La arena me envenena

Nacionalismos

Actualizado 28/09/2015
Alejandro Vélez

Pequeña serie de desahogos agosteros, donde intentaré plasmar mi opinión sobre temas generales de la cuestión política. Temas y conceptos que tienen mucho más calado del que este insignificante ciudadano les dará, pero que creo interesantes. Son mis opini

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Mi anterior alivio veraniego finalizaba con una sentencia del padre de gaullismo en la que atizaba al nacionalismo en lo que supone de imposición, y estoy de acuerdo. Creo que hay múltiples diferencias entre sentirse orgulloso, cuidar y mejorar lo de uno, a utilizarlo como arma arrojadiza de supremacía frente al otro. El chovinismo paranoico no es solo demencial en cualquier orden de la vida, pero aplicado a las cuestiones políticas es devastador.

En esta nuestra España los nacionalismos segregacionistas de adenes inventados, de historias suplantadas y lenguas impuestas, solo han traído muerte, sufrimiento, involución e injusticia. Algo tiene que estar pasando cuando una sociedad entra en tal espiral de sinrazón, algo tiene que ocurrir cuando en apenas treinta y siete años, por poner un ejemplo, Cataluña pasa de refrendar la constitución con un 90,46 % de votos a favor a plantear unas elecciones autonómicas en clave plebiscitaria y rupturista.

Pienso que hay mucho de política en todo esto, de pose de urna, de cortina de humo con la que intentar cubrir vergüenzas de gestión que los ciudadanos sufren y el "opresor" estado subvenciona.

Los nacionalismos en nuestra joven democracia beben de la propia constitución, esa de la que algunos reniegan y que cedió en terminología, y en alguna otra cosa más, para en su momento apaciguar a los que utilizaron en voz baja el secesionismo como baza negociadora. Visto lo visto de nada sirvió, como decía Manolo García en la Insurrección del Último de la Fila, y que ahora me viene al pelo.

Una constitución que en su aprobación en cortes fue apoyada por Convergencia Democrática de Cataluña, si, esa que hoy preside el Molt Honorable Senyor Mas, también por el Partido Comunista, aportando ambos hasta ponentes. Y como punto peculiar, fue votada en contra por algunos diputados de Alianza Popular, cinco, y el representante abertzale de Euskadiko Ezkerra. Las abstenciones vinieron del lado de PNV, que no ponía en duda la unidad del Estado español, otra vez AP, y de ERC, que defendiendo la independencia como estado de Cataluña no tuvo los bemoles de oponerse a la carta magna? Es llamativo como con la perspectiva de una historia tan corta, uno tiene la certeza de que en todo esto de las identidades soberanas, hay mucho de pela y atrezzo histórico. Pero sobre todo considero que lo más importante era aprender la lección de que las cosas a medias, borrosas, no valen. Porque cuando uno cede ante los lobos hambrientos la cosa acaba, como poco, con un mordisco en la corva.

Esa laxitud inicial, propia del momento y del necesario consenso, no fue corregida. Fue alimentada, permitida y aleccionada. Unas veces, las muchas, porque los nacionalismos de presión eran necesarios para gobernar, para pisar moqueta, y otras por un complejo absurdo donde parecía que defender o ser lo obvio, español, estaba demodé o era hasta fascistoide, ¡¡ manda huevos !! que diría el otro. Y no quiero pensar en esas tácticas de servir cabezas políticas para el sosiego regionalista, me gusta más este término.

Los regionalismos soberanistas viven de la permisividad, del doble discurso, del ventajismo, pero sobre todo del saber que digan lo que digan y hagan lo que hagan nada les va a pasar. Sus actos no tienen consecuencias más allá de minutos de televisión con réplicas pre cocinadas. Es verdaderamente inexplicable que haya lugares en España donde educarse en castellano, en igualdad, sea una quimera. Es una chaladura que los símbolos del estado se vapuleen sin piedad una vez tras otra.

En todo esto está el doble discurso del cumplimiento de la ley, esa misma que se aplica para permitir diecisiete sanidades, diecisiete educaciones, diecisiete parlamentos, diecisiete defensores del pueblo, diecisiete policías, diecisiete justicias. Y que se obvia, silbando para un lado, cuando hay que tomar decisiones inequívocas, ejemplares y legales ante tanta desfachatez.

Además de lo legal hay un alarmante terraplén político que ha allanado el camino para que germine esta sinrazón. Y es que en algunos, no todos, de estos territorios españoles los partidos "generalistas" han jugado a la ambigüedad. El PSOE a pecho descubierto y el PP con una incapacidad desmedida. Algo que ha provocado que tanto unos como otros pasen a ser residuales donde en estos últimos años deberían haber sido la voz, el aire y la tizona de un país, España, que no puede permitirse estas aventuras.

Es evidente que esta España nuestra es un país poliédrico, de múltiples caras. Esas a las que estamos orgullosos de pertenecer, cada uno a las nuestras. Unas caras que pueden llamar familia, ciudad, barrio, pueblo, y que forman en su singularidad un todo. Una heterogeneidad que le insufla valor y riqueza al conjunto, y cuyo mayor peligro son estos nacionalismos casposos, egoístas, que lo único que pretenden es destruir y no construir, restar en vez de sumar, creyendo que el geocentrismo aún está en vigor. Para terminar permítanme que cite a Albert Einstein que además de lo que todos sabemos también habló de los nacionalismos definiéndolos como "una enfermedad infantil. El sarampión de la humanidad". Así que como toda afección estamos a tiempo de impugnarla por la vía democrática y legal sin contemplaciones.

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