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El quinto, no matar
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El quinto, no matar

Actualizado 28/09/2015
Francisco López Celador

[Img #440513]Hoy me pide el cuerpo comentar el triste espectáculo que se dio ayer en Cataluña, donde se pretende transformar unas simples elecciones autonómicas en un experimento que lleve a una sociedad claramente dividida entre los que desean continuar siendo españoles y los que pretenden convertirse en la nueva clase dirigente de una nación independiente de España, bajo el paraguas de la Unión Europea y, desde luego, manteniendo la nacionalidad española, no por lo que en sí representa sino por mantener todo aquello a lo que da derecho. Ante tamaña sinrazón, prefiero dejar que las cosas vayan decantándose en su lógico devenir, pedir que la fractura que ya se hace patente entre los dos colectivos catalanes no vaya a más y, aunque sea a largo plazo, uno y otro acerquen sus posturas para que impere la tolerancia, la convivencia y, sobre todo, la legalidad. Sé que no es fácil, pero ahí tienen mucho que decir las fuerzas políticas responsables.

Así pues, dedicaré el comentario de hoy a otro tema que, cada vez más, está ocasionando no pocos enfrentamientos en la vida de los españoles: el auge que está tomando en la sociedad el movimiento antitaurino. Debo comenzar declarando que entiendo perfectamente la sensibilidad de quien se declara contrario al maltrato de cualquier especie animal. Efectivamente, nuestra sociedad ?y no sólo la española- conserva tradiciones que, para mantenerlas vivas, llevan aparejado el maltrato de animales. En la mente de todos están esos festejos populares, carentes de cualquier connotación artística, que irremediablemente terminan en la muerte casi segura de un animal indefenso. En este capítulo entraría de lleno el Toro de la Vega de Tordesillas. En la selva aún viven tribus que, a pecho descubierto, se enfrentan a fieras peligrosísimas en una lucha por asegurar su propia sibsistencia. No se trata de ningún espectáculo artístico; sencillamente hay que llevar comida para los suyos. Es cierto que en Tordesillas existe una tradición de siglos y es muy posible que el espectáculo haya evolucionado con el tiempo; pero lo que hoy tiene lugar en el palenque del Duero carece de varlor artístico, y también de valor humano puesto que el astado llega a esa situación muy mermado de fuerzas y quienes le alancean ya saben que sus desplazamientos serán siempre cortos. En una palabra, nunca "se la juegan". Los habitantes de Tordesillas también tienen "derecho a decidir" pero ello no es óbice para que el reglamento del festejo contemple la no muerte del astado por alanceamiento, y puedan arbitrarse fórmulas para declarar vencedor de la prueba a aquel que consiga colocar, en lugar difícil de la anatomía del toro, cualquier adminículo bien visible y, por supuesto, inofensivo. Como muestra de lo que digo, ahí están los concursos de recortes que unen a su belleza artística el claro riesgo de los actuantes, la plasticidad del momento y la ausencia de maltrato a los animales.

En cuanto a la lidia de reses bravas en recintos cerrados, estamos hablando de un espectáculo con varios factores a tener en cuenta. Se trata de una tradición típicamente española que ha trascendido a Francia y algunos países de Hispanoamérica, con varios siglos a su espalda, practicada en toda la geografía española y que por eso se llama fiesta nacional. Ahí tropezamos con la primera piedra porque, curiosamente, el movimiento antitaurino tiene su máximo auge en los ambientes menos partidarios de todo lo que tenga el nombre de nacional por ser español. Basta con observar en qué ambientes y bajo qué ideologías se ha vetado la fiesta de los toros. No hay que olvidar que el partido Animalista PCMA debe su nombre a declararse Partido Antitaurino Contra el Maltrato Animal. NO he visto a nadie de este colectivo manifestándose junto a la matanza de focas, en cualquier almadraba con las aguas teñidas de sangre o en alguna de las granjas donde se cuelga del cuello a los pobres patos para ser cebados hasta que reviente su hígado. Las leyes de la naturaleza obligan al sacrificio de animales para alimento del hombre y, dentro de lo posible, es bueno que su muerte sea lo menos cruel posible. Pero siempre hay que optar entre su muerte o la nuestra.

Que las corridas de toros son espectáculos llenos de arte está fuera de duda. Como lo está el hecho de que el torero se juega la vida en el envite. El tema de si el toro sufre o no durante la lidia tiene opiniones a favor y en contra, tan fundamentales unas como otras. Entonces, lo que procede es que, quien lo pase mal en una plaza de toros, sencillamente no vaya o deje en libertad a quien sea aficionado a la fiesta. Si a todo esto añadimos el volumen económico que mueve la fiesta nacional y la cantidad de familias que viven de ella, bbueno sería que no se la pusieran trabas.

Dicho todo lo anterior, sigo creyendo en aquellas personas que, por su especial sensibilidad, persistan en su oposición al maltrato de cualquier ser vivo y se muestren inflexibles en su conducta, siempre que esta condición se ponga de manifiesto también cuando se trate de maltratar hasta su muerte al ser indefenso más valioso que tiene la naturaleza: el ser humano no nacido.

A todos los animalistas partidarios del aborto, permítanme decirles que nunca les tomaré en serio porque sus ideas son más políticas que humanitarias, y las de la mayoría de españoles no coincidirán nunca con las suyas.

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