El Mesón

Que puede ser una venta, una posada, un lugar de corta estancia regido por un mesonista (palabra admitida por la Real Academia) o mesonero, más corriente o conocida por el común de los mortales. El caso que nos ocupa no es ni venta, porque nada en ella se vende en los últimos años; ni posada, referido a casa de huéspedes, donde has de acudir en apacible tranquilidad, si te quieren recibir y no das guerra; ni lugar de corta estancia, pues el mesonero pretende vivir en el mesón durante toda la vida invitando a los amigos a compartir alcoba, buena mesa, apañados dispendios y privilegios sin cuento en el mesón, que para ello soy mesonero con mando en plaza, aunque no dueño.

Llegados a este punto, el cuento del mesón y el mesonero se alarga en el tiempo y en los años. El mesón no crece, gusta cada vez menos, aunque gasta cada año más, y día a día los huéspedes dejan de acudir en mayor número; los que buscaban larga y tranquila estancia se van marchando, la estancia es cada vez más triste, no se airean los patios, ni se abren las ventanas, el aire está viciado; y sólo unos pocos en su rincón, alguno de ellos engañado, son fieles y leales al mesonista.

Hace unos años, en esta cámara abierta a todos, se escuchaban voces distintas, de diferente pensar y diferente color; se discutía sin acritud, en buena armonía; se proyectaba futuro, se buscaban salidas, se compartían opiniones? Hasta que un buen día el lugar se convirtió en mesón, el mesonero lo hizo suyo y se dedicó a disfrutarlo en escasa y muy seleccionada compañía. Comenzó la desbandada, se apartó el frutero, el pescadero, el carpintero?y por último el hostelero. Ya ninguno de los comerciantes quiso llegarse hasta el mesón, nada encontraban allí, salvo al no deseado mesonero, y aquella ya no era ni su venta, ni su lugar de grata estancia. Después, cada vez menos mesón, cada vez menos huéspedes, se alzaron voces, alguien protestó, llegaron denuncias y el mesonero se marchó, ¡albricias! Colorín, colorado?

Foto: AhoraSalamanca