"Al alba" de un día como hoy de hace cuarenta años se alegó cantando contra la pena de muerte.
No es "Al alba" una canción de amor, sino un comprometido alegato contra la pena de muerte que se llevó por delante a tiro limpio la vida de cinco jóvenes activistas, bajo las últimas estrellas que herían amenazantes la madrugada mientras sangraba la luna al filo de la guadaña afilada con sangre por el dictador con mano temblorosa, debido al Parkinson que enceró su cara antes de sepultarse en el valle construido por él.
Fue la madrugada del 27 de septiembre de 1975 cuando el eco de certeros disparos rompieron el silencio en Hoyo de Manzanares y la vida de un joven de 21 años rodó por el suelo sin necesitar tiro de gracia que le destrozara el cerebro, pues el pelotón de voluntarios verdugos cumplió su macabra función con singular puntería, sin que nadie pudiera ver el descorazonamiento de Bravo, a pesar de tratarse de una "ejecución pública", según la ley.
"Al alba" fue canción de dolor para Silvia, la esposa de José Luis Sánchez Bravo, uno de los cinco ejecutados en los estertores del franquismo, sin atender las peticiones mundiales de indulto que rompieron a pedradas los cristales del Palacio del Pardo, sin perturbar el sueño del generalisísimo en su alcoba, tras pasearse bajo palio por la Iglesia gobernada por Pablo VI, que también pidió misericordia para los condenados.
Legendaria canción, paradigma de senderos escondidos hacia la libertad, que engañó a los hombres de negro del franquismo con metáforas para decir lo que no era posible decir, haciendo magia con las palabras y equilibrios inestables con el lenguaje para confundir a los censores, escamoteando mensajes con trucos dialécticos que abrían rendijas en la resquebrajada dictadura por donde se filtraban gotas de libertad.
Así fue como un grito contra la pena de muerte se transformó en canción desgarradora de un enamorado a su amada, dejando entrever la realidad de la copla en el último verso, convirtiendo la canción en "pólvora de la mañana" como incienso de un maldito baile de muertos.
Pocos meses antes, el señor Arias había alumbrado en doloroso parto el Decreto sobre Prevención del Terrorismo que condenaba a muerte a quienes atentaran contra funcionarios públicos, agentes del orden, cualquier cargo del gobierno o militares, siendo los cinco fusilados la madrugada de un día como hoy de 1975, los últimos fusilamiento de la dictadura.
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