¿Qué es el talento?

Hace pocos días recibí el encargo de coordinar una actividad que se basa, fundamentalmente, en la detección temprana de talento y, bueno, deseando llenar de filosofía la que pudiera parecer, a simple vista, una mera labor burocrática, empecé a investigar sobre el tema y a preguntarme qué es eso del talento, dónde nace, de qué circunstancias depende su desarrollo, cómo se cultiva,...

¿Qué es el talento? Inteligencia, les diría. Capacidad para aprender muy rápido, para resolver cuestiones complejas. También creatividad, esa habilidad que muestran esos cerebros extraños para inventar o darle nuevos usos a instrumentos que a ojos del común pudieran parecer extremadamente simples o para encontrar nuevas veredas que conducen a una misma meta. En los deportes, añádanle a la palabra inteligencia el adjetivo motora. Inteligencia motora, sí, capacidad para dominar el propio cuerpo hasta llevarlo a desarrollar movimientos diferenciados de forma especialmente competente. Pero claro, en deportes con notable carga táctica y estratégica hay que añadir un elemento cognitivo, ese que permite que el pequeño jugador, en baloncesto, o el jugador gordito, en fútbol, puedan desarrollar una carrera profesional. Talento, además de ser más alto, saltar más o moverse más rápido, también es anticiparse a las situaciones. Pensar antes. Pensar mejor.

¿Dónde nace? En cualquier parte. El talento no tiene pasaporte y, a priori, puede encontrarse igual en un barrio de clase alta que en un suburbio de las afueras de una gran ciudad o en una aldea recóndita. Pero nacer con talento, con un alto cociente intelectual, no supone nada. Es como poseer cincuenta millones de euros en el pico de una gran montaña. Si el dinero no sirve de nada allí donde no se puede intercambiar por bienes o servicios, tampoco el talento verá recompensada su presencia si una vida está condenada a transcurrir en un yacimiento de cobre o en una plantación de cacao.

¿De qué circunstancias depende su desarrollo? Infinitas y muchas de ellas casuales. Como bien indica Malcolm Gladwell en su obra Outliers (Fueras de Serie) detrás de cada biografía que nos habla de superación, de hombres y mujeres hechos a sí mismos; hay un conjunto de elementos que actúan como denominador común. Normalmente, y más en el ámbito deportivo, hay un mentor. Una figura, muchas veces la de un entrenador, que capta que está en presencia de un talento especial y que no emplea para él las mismas estructuras que aplica para sí, pues sabe que a lo distinto no se puede aplicar lo común. Pero además de la existencia de un mentor, conviene disfrutar de un contexto económico aliviado que permita llevar a cabo una inversión en tiempo y dinero que no todos pueden afrontar. También el dónde y el cuándo son importantes, pues aunque enclavados en la era de la globalización, el entorno más próximo nos sigue definiendo de por vida. Bill Gates ?nos lo cuenta el libro antes mencionado? es quien es por haber podido acudir casi a diario, desde los trece años, a las instalaciones del departamento de informática de la Universidad de Washington. Y Seve Ballesteros, como recordaba hace tiempo en esta columna, fue quien fue porque un rey decidió construir un campo de golf cerca de donde pastaba la cabaña ganadera de su familia. Ah, y porque el golf ya había sido inventado, que si no...

¿Cómo se cultiva? A base de pico y pala. Pero no solo eso. Además de las diez mil horas de práctica de la que hablan todos los manuales, la inteligencia analítica necesita de su hermana, la inteligencia práctica, es decir, de todo ese conjunto de habilidades que aprendemos a lo largo de nuestra vida, y principalmente en el seno de la familia, para relacionarnos en sociedad. Este sentido común social es el que le permite a la persona dotada de talento acertar en la toma de decisiones, conseguir respuestas afirmativas y rodearse de personas que incentiven su promoción. Y bueno, ya me dirán, pero para acceder a diez mil horas de práctica hacen falta medios, (aunque sean unas botas de fútbol y un clima moderado para poder salir a conducir el balón y lanzarlo a la portería) motivación, tolerancia al fracaso y un temprano reconocimiento que permita acceder a más y mejores horas de práctica; algo que, en muchos casos, y esto sucede en los deportes, deja fuera de la ecuación a los nacidos en el segundo semestre del año, a esos que, simplemente, por tener una menor madurez física que la de sus cohortes, desde edades muy tempranas juegan menos minutos en sus equipos y quedan, por ello, fuera de las convocatorias de selecciones regionales, campus de tecnificación,... acumulando así menos horas de práctica y diferenciándose cada vez más de esos privilegiados que nacieron en enero, febrero o marzo.

En fin, el TALENTO.