Los europeos, tenemos la suerte de vivir en una parte del mundo donde los conflictos se resuelven de forma civilizada. Sin embargo, el drama de la guerra nos afectará durante largo tiempo.
Dejando a un lado el dolor humano que los medios difunden, con todo lujo de detalles, para arrancar la solidaridad de los corazones, hay una cuestión de fondo que todo lo envuelve. Es tan antigua como el hombre; tan dolorosa y sangrante como la muerte. Hablo las corrientes migratorias, de esos movimientos de personas que cruzan los espacios con el miedo y la incertidumbre a sus espaldas. Deambulan entre fronteras escapando de la miseria y de la guerra. Huyen de su tierra, donde han sido sometidas a todo tipo de vejaciones y usurpación de derechos.
Descubrir el dolor tan cerca despierta nuestra sensibilidad y, en un arrebato de generosidad, prometemos beneficios sin límite. Pero no se trata de buenas intenciones, sino de ayuda real; de dinero contante y sonante, capaz de remediar las necesidades de quienes lo han perdido todo. Necesitan alimentos para apuntalar la vida, una casa donde guardar su intimidad y escolarización urgente para la población más joven.
Europa tiene a sus espaldas una pesada carga. Quizá se trata de las consecuencias de su mala gestión en política exterior. Sea como fuere ha de estar a la altura y aceptar que, estas corrientes migratorias, no terminarán a corto plazo. Hoy se habla de una pequeña cifra, en relación con lo que puede ocurrir más adelante. Se calcula que, a España, le corresponden 300 personas por provincia, pero no es un cálculo preciso, porque el flujo migratorio seguirá creciendo.
La crudeza del invierno hará estragos entre la población más débil si no se adoptan medidas para impedirlo. Pues, mayor parte de esas personas, han dejado sus territorios con lo puesto. Fueron expulsadas de su propia casa sin otra causa que vivir en un país donde los bárbaros han sembrado el terror en el nombre de Dios.
Cuando en 2003, la coalición internacional decidió atacar a Iraq, no suponía las consecuencias de tal determinación. El resultado de aquellas actuaciones, son las corrientes migratorias de hoy. La zona se ha desestabilizado peligrosamente; el terror se expande como la pólvora y, para atajar el problema, tampoco hay acuerdo entre los estados. No se trata de cerrar fronteras, sino de abordar soluciones duraderas. Pero, mucho me temo que, Europa, no podrá evitar la fusión de culturas, ni el nuevo mestizaje que se le viene encima.
Me sorprende sobremanera el comportamiento de Alemania ante este problema. Su política de moderación, aplicada con mano de hierro en los últimos años, contrasta con la generosidad que manifiesta ante el drama de los refugiados. Estoy convencido que hay algo más que generosidad en sus buenas intenciones. Ya veremos como terminan los acuerdos sobre el reparto de los refugiados.
Los mismos países que entonces unieron sus fuerzas y sus voluntades para iniciar una guerra injusta, se pelean hoy en los despachos; no se ponen de acuerdo para repartir la carga sobrevenida de tan funestas actuaciones. El invierno se aproxima y las decisiones para resolver un problema tan grave apenas han comenzado.
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