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Yo rompo una lanza por Perera
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EL DETALLE DE ANA PEDRERO

Yo rompo una lanza por Perera

Actualizado 16/09/2015
Redacción

"Fue en el tercero de la tarde, una tarde de lluvia y a la contra, con viento y frío, cuando a La Glorieta se le paralizó el latido"

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[Img #429874]A estas horas en que escribo los energúmenos que esta mañana acudieron a Tordesillas a clamar por la vida de un animal estarán deseándole la muerte a un hombre. Hay que ser muy hijos de puta, y me van a perdonar, para no unirse en el rezo, en los buenos deseos que en esta noche tan perra, tan de noviembre, encienden las estrellas de todo el firmamento para iluminar de esperanza tanto dolor.

A estas horas en que el torero extremeño duerme en la UCI de un hospital salmantino, después de que Dios y el doctor Ortega hiciesen el milagro en la enfermería de la plaza y apostasen por la vida, que quedó columpiándose a milímetros de las ilíacas, ser o no ser.

Fue en el tercero de la tarde, una tarde de lluvia y a la contra, con viento y frío, cuando a La Glorieta se le paralizó el latido y se hizo ese silencio que pesa como el granito porque desde el minuto cero, cuando se llevaban a Perera por el callejón como a un Cristo Yacente en los días santos, todo el mundo fue consciente de la gravedad del percance.

Fue en el tercero. Las rodillas hincadas en la tierra mojada, dibujando el toreo a la verónica Paradojas del destino, si Verónica es la casa, la caricia, la sábana, el amor, el dibujo perfecto de la otra mitad; nunca la herida, ese surco interno abriendo carne y músculos, destrozando sueños y vida. Y hubo una primera, una segunda, y después el tabacazo.

Fue el tercero de Garcigrande el que hizo presa en el torero, que recibía de rodillas a la verónica, y lo arrojó al callejón, prendido por el vientre, como quien tira un papel al suelo, tan frágil a merced del bravo. Y los latidos se aceleraron, y las lágrimas asomaron a los ojos, y el estómago era un amasijo de tripas.

Y entonces todo dejó de tener sentido, o lo tenía a medias, porque la tarde seguía sin pulso, con el culo en el tendido y el alma en la enfermería, pendiente del teléfono, de la esperanza, de las noticias que se hacían esperar. Y salió Juli a pie entre pitos porque no le perdonaron la brevedad con el primero, más mostrenco que burraco, que no quiso pasar y no pasó; ese público que olvidó el trago de apechar con el tercero, el que mandó a Perera al hule, echándosela abajo en medio de un vendaval, toreando en un teorema de lo imposible; ese público que lo mismo no se acordaba de que puso más ganas el propio torero que el quinto del encierro, que en realidad era el cuarto y se le fue apagando sin que la faena pudiese tomar vuelo.

Y salió a pie Castella, tan grande, que tocó por segundo día el cielo de Salamanca con su segundo pero quiso atarse a la tierra en señal de respeto al compañero que en esos momentos estaba siendo operado al otro lado de los muros de ladrillo, en el filo de la muerte, recordándonos que la muerte siempre acecha, siempre está presente. Siempre.

Y después se hizo el silencio. El silencio de una Glorieta que se iba quedando vacía, con el alma clavada en la puerta grande, allá donde cayó gravemente herido un torero, con los cinco sentidos apostados en la puerta de la enfermería. Y el silencio ese tan frío, tan descarnado, tan solemne, junto a esa puerta de la enfermería donde nadie hablaba, donde se podía cortar el viento a la espera de noticias, del milagro.

Y ahora, mientras esto escribo, mientras aún está caliente la tinta del parte de Perera, mientras un torero permanece herido de mucha gravedad en la UCI de un hospital de Salamanca, en los medios de comunicación continúan dándonos el parte de defunción de 'Rompesuelas'. Y a mí me parece una ofensa, un insulto, un despropósito que no perdono, siendo testigo de cargo del brutal cornalón que a punto ha estado de costarle la vida a Miguel Ángel Perera.

Ahora, mientras las redes sociales se encienden un día más de plegarias y buenos deseos para el torero herido, en ese #FuerzaPerera que nos une y nos hace más fuertes y más humanos, más sensibles ante el dolor, más conscientes del alto precio que pagan los toreros por cumplir su sueño. Ahora cierro los ojos y abrazo a los que tienen por delante una noche tan larga, unos días tan duros y tan inciertos.

Yo rompo una lanza por un hombre. Yo rompo una lanza por la vida. Yo rompo una lanza por un torero. Miguel Ángel Perera. Una primera figura que se la jugó a la verónica en el epicentro del viento y de la lluvia, de rodillas, pegado a tablas, incumpliendo su código más íntimo si Verónica en su abecedario es pura vida, es el amor.

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