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Siria en el corazón. 12 años después
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Siria en el corazón. 12 años después

Actualizado 14/09/2015
Antonio Matilla

Cediendo a la nostalgia, recupero parte de un artículo publicado hace una docena de años en el extinto El Adelanto. A la vista de la realidad actual en Siria, la experiencia que viví en Alepo y sus alrededores me resulta idílica, un cuento de hadas. Entre el pasado de hace doce años y la actualidad, el odio entre sunitas y chiitas ha reverdecido, como tantas veces en la historia del Islam, la democracia es cada vez más un sueño imposible y millones de sirios que antes sobrevivían en un régimen autoritario y corrupto, se desangran por los caminos de Europa del este, se asfixian en un camión o en la bodega de un pesquero que milagrosamente todavía flota, o se ahogan en el Mediterráneo. Cristianos y yazidíes, antes tolerados ahora son mártires perseguidos, maltratados y asesinados por odio a la fe. La sangría de Siria es cosa de todos en este mundo globalizado en que vivimos, pero desde luego el Islam, ese puzzle político-religioso-cultural abigarrado y multiforme, debería hacérselo mirar. Pero demos ya rienda suelta a la nostalgia:

Salimos de Beirut en el viejo Volvo de Rodolphe, superviviente de los largos años de guerra sin un arañazo en la ajada pintura roja, como el dueño, cristiano católico melquita del Líbano, ese gran pequeño país donde, a pesar de la reciente historia, conviven diecisiete confesiones cristianas, en minoría frente a musulmanes sunitas y chiitas y drusos. Desde el asiento de atrás, Jacques no para de hablar en un árabe trufado de palabras francesas; es católico latino, tiene veintiséis años y hasta hace tres compaginó la clase en la Universidad por la mañana con las trincheras por la tarde, en riguroso turno de ocho horas, salvo cuando había refriega.

Hablando, hablando, van desgranándose detrás de nosotros los kilómetros de la todavía no del todo terminada autopista del Norte, pero que ya es una bendición para la economía de este país tan emprendedor, en otros tiempos considerado la Suiza de Oriente Medio; de vez en cuando aminoramos la marcha por si tuviéramos que detenernos en alguno de los abundantes controles de carretera del Ejército sirio; con un gesto educadamente aburrido los soldados nos franquean el paso una y otra vez.

Dejamos el coche en casa de un amigo, director de Arc en Ciel, organización fundada por los Scout Católicos de Líbano en plena guerra y que se ocupa de los niños discapacitados. Un delicioso almuerzo abundante en coloridos vegetales y pobre en proteínas permite hora y pico de amena y profunda conversación sobre el compromiso con los pobres de los cristianos libaneses; después del té nuestro anfitrión nos acerca en su camioneta los breves kilómetros que nos separan de la frontera con Siria. Sacamos los pasaportes y veo que mis dos amigos libaneses introducen sendos billetes de diez dólares entre las páginas. Yo intento hacer lo propio, pero no me dejan, faltaría más que un ciudadano de la Unión Europea tuviera que rebajarse a eso, me dicen; los aduaneros responden a sus demandas con cara imperturbable y, al cabo de una hora, nuevo billete de diez entre las páginas y la puerta de Siria queda abierta. Del otro lado de la valla hace rato que nos saluda Georges, el hermano marista formado en España que va a conducirnos hasta el Curso de Formación clandestino que los Scouts católicos de Siria, también clandestinos, nos habían pedido a la Comisión Europea. El partido Baas, gobernante en Siria, permite a los católicos y a otras confesiones religiosas no musulmanas, que hagan lo que quieran dentro de los "conventos", pero están prohibidos los actos públicos abiertos, las procesiones, acampadas, vestir uniforme, celebraciones al aire libre, actos culturales, etc...Dentro del "convento", sin embargo, misas, catequesis, cine, scouts y lo que Vd. quiera. La vida de las comunidades cristianas se realiza, por lo tanto, hacia el interior y eso favorece un tipo de cristiano muy creyente, muy convencido y muy experto en el testimonio anónimo de vida en el que nunca se nombra a Jesucristo, porque está prohibido por el partido gobernante.

Las carreteras de Siria no tienen presencia militar, apenas algún discreto policía de tráfico; pero a la entrada y salida de cada pequeño pueblo, grandes arcos triunfales en honor del presidente del país, Hafed el Assad; su figura es omnipresente en monumentos, estatuas, carteles, pancartas, pasquines en cualquier rincón de todos los establecimientos y tiendas. Es tan sobreabundante la imagen, que la mayor parte de las veces está ajada por el efecto inmisericorde del tiempo y del sol. No sé si esa estética totalitaria habrá cambiado con el nuevo presidente, Basar, hijo del anterior. Pero dejemos eso, que ya tenemos a la vista el "convento" al que nos dirigimos.

No se parece en nada a lo que es usual por aquí. Ocupa toda una manzana rodeada por una tapia de unos dos metros de altura y en el recinto un barracón con literas, dos o tres pequeñas salas de reunión; cocina, comedor y servicios sanitarios en un pequeño edificio aparte y, rodeándolo todo, un poco de bosque mediterráneo con un pequeño anfiteatro al aire libre, en el lugar más recóndito, para las celebraciones y veladas al aire libre; una de las salas hace también de capilla. Allí impartimos durante cinco días el Curso sin que nadie nos moleste. El último día, en calidad de huésped principal, me toca bendecir la cena y tomar el primer bocado, amasando con los dedos una pequeña bola de arroz blanco con yogur de camella y un trozo de cordero. Acto seguido, manjares, música árabe, bailes y mucha conversación hasta la madrugada.

A la mañana siguiente, demasiado temprano, emprendemos el regreso a Alepo. Nos espera una camita normal y una reconfortante ducha en el pequeño piso donde vive la comunidad religiosa a la que pertenece Georges. Es todo lo que han conservado del Colegio, nacionalizado por el régimen Baas hace muchos años. Por la tarde, un paseo por el Bazar y por los barrios cristianos donde nos encontramos aquí y allá con cristianos de todas las edades y condiciones sociales. Los cristianos sirios son una minoría activa y culta, algunos de ellos muy bien situados, otros más pobres, o pobres simplemente, que se toman muy en serio su fe, en relación permanente con el Islam, lo que hace de ellos una comunidad viva y muy unida, pues no tienen apoyo social y deben demostrar continuamente su categoría humana y religiosa y eso lo hacen fomentando una religiosidad viva y consciente.

Los cristianos sirios muestran orgullosos su esplendoroso pasado, muy anterior al Islam, cuando sus evangelizadores llegaron hasta la misma China. Quedan aún, en las cercanías de Alepo, unos setecientos lugares santos, ermitas, iglesias, monasterios. ¿Cómo han llegado a semejante ruina y abandono? No ha sido la persecución religiosa por parte del Islam, que tampoco ha faltado esporádicamente. Durante el siglo VIII, una sucesión ininterrumpida de grandes terremotos y un cambio en las rutas comerciales hizo huir en masa a los cristianos. Cien años después los terremotos cesaron y la tranquilidad invadió un territorio ya desértico que, poco a poco, desde entonces hasta hoy está siendo de nuevo ocupado, en este caso por los kurdos. Allí celebran los cristianos algunas peregrinaciones clandestinas disfrazadas de picnic familiar en las que ni el policía más sagaz sabría distinguir cuál es el altar de la Eucaristía de las otras mesas familiares también llenas de viandas.

La presencia viva de las minorías cristianas en los países de Oriente Medio, especialmente en Palestina, Israel, Líbano, Siria, Irak, Jordania y Egipto es una condición necesaria para la paz y para el absolutamente urgente diálogo interreligioso con el Islam. Sin este diálogo permanente y sincero será difícil evitar la guerra de civilizaciones profetizada por los halcones fundamentalistas de ambas partes. Todos tenemos mucho que revisar, cristianos, musulmanes, ateos, indiferentes religiosos, Gobiernos, Compañías multinacionales. Esperemos que la reciente guerra en Irak no haya espoleado el miedo de unos, la frustración de otros y la prepotencia y el afán de poder de los menos, pero más poderosos. Todavía hay tiempo para la paz si sacamos las conclusiones oportunas y nos ponemos a rezar y/o a trabajar.

Este es mi testimonio de hace doce años. Me temo que ahora toca ser más pesimista.

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