Quien no reconozca que la situación actual de España es cuanto menos delicada, o es un pasota o no tiene los pies en el suelo.
Pende sobre nuestras cabezas la amenaza de un iluminado secesionista catalán que, en una huida hacia adelante, está dispuesto a jugárselo todo a la carta del independentismo para enmascarar su incapacidad como gobernante. Día tras día asistimos a un rosario de operaciones en las que se pone al descubierto la falacia de todas las muletillas que tratan de justificar el sentimiento de agravio que sufre el pueblo catalán ante la pretendida conducta opresora de España. No es cierto lo de "España nos roba", tampoco que Cataluña recibe peor trato que otras comunidades, son falsas las famosas balanzas fiscales de otras regiones europeas que se aportan como prueba ni, en una hipotética independencia, los ciudadanos de Cataluña vivirán mejor que hoy. Sin embargo, hay que reconocer que han repetido tantas veces estos mensajes coma para que buen número de catalanes haya llegado a creérselos a pies juntos. La culpa de haber llegado a esta situación hay que repartirla en su justa medida. En primer lugar, la Generalidad, que como corresponde a todo gobierno nacionalista, no ha dudado en hacer uso de los medios de comunicación oficiales para difundir sus mensajes y silenciar a quienes pretendan rebatirlos.
Al sur del rio Ebro la gente se pregunta qué piensan los empresarios. Si es cierto que se resentiría la inversión externa ?cosa que comienza a notarse-, si una parte muy apreciable del mercado exterior está dentro de España y puede mostrar un movimiento de rechazo hacia lo catalán, si no pocas empresas significativas han manifestado ya su intención de trasladar la sede fuera de esa supuesta nación catalana, ¿siguen dispuestos a mirar para otro lado? Es cierto que para el pequeño empresario ?lo mismo que para el ciudadano de a pie- el hecho de declararse contrario a la secesión suele ir acompañado de alguna represalia, pero, si no se reacciona, la maniobra de una minoría machacona y reivindicativa acabará imponiéndose a una mayoría silenciosa y resignada.
También tendrá que responder el Gobierno por su pecado de omisión. Para según qué personajes, la decisión de condescender, el advertir y no insistir, el amenazar y no actuar, en una palabra, el no ejercer la función de hacer cumplir la ley, suele llevar aparejado el convencimiento por parte del transgresor de que el incumplimiento de la ley le saldrá siempre gratis. Para más "inri", el infractor, además de menospreciar y sangrar al resto de España, está aprovechando su "jugada" para encubrir los desmanes de sus compañeros de partido ?tímidamente tratados por los medios y ya veremos si por la justicia-.
Ante esta situación que pone en peligro la unidad de España, cabría esperar la responsabilidad de los partidos que se declaran nacionales. La verdad es que cada vez quedan menos, y alguno parece apuntarse últimamente al baile de la yenka. No se puede defender hoy una idea y mañana la contraria. Hacer manifestaciones mirando más a las urnas que a los problemas suele pasar factura. Un partido serio, el más importante de la oposición, con experiencia de gobierno y aspiraciones de volver a gobernar, no puede oponerse a un proyecto legislativo encaminado a conseguir el cumplimiento de las resoluciones del Tribunal Supremo, por muy electoralista que pueda parecer la medida. Primero se apoya la medida y luego se despelleja al Gobierno con razonamientos justificados. Señores socialistas, esto no es serio, y sus votantes con visión de Estado se lo echarán en cara.
Los dientes de sierra que expresan los altibajos de la intención de voto en los diferentes partidos, suelen coincidir con los desengaños de sus votantes. PP, PSOE y C,s deberían tenerlo muy en cuenta. Hay pilares de nuestra Constitución que no deben tocarse so pena de derrumbamiento. Ante los ataque externos, quienes erigieron esos principios deben unirse para salvaguardarlos. La esencia de estos principios ?la unidad de gentes y tierras y la soberanía del pueblo, entre otros,-habrá que defenderla, por encima de cualquier ideología. Luego, todo se puede hablar y consensuar; pero no enredar con lo esencial. Y, sobre todo, antes de dar un paso, tener muy claro a dónde queremos ir.
El pueblo siempre ha sabido responder cuando sus políticos se han vestido por los pies. Ahora tiene la ocasión de demostrar que hay algo por encima de sus partidos. En según qué temas la unión de fuerzas reconduce situaciones. El español de a pie está esperando ver la grandeza de miras de sus políticos. A ver si es verdad y no le defraudan.
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