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Una decidida confesión
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Una decidida confesión

Actualizado 13/09/2015
José Román Flecha

Domingo 24º del Tiempo Ordinario. B.

13 de septiembre de 2015

"El Señor Dios me abrió el oído; yo no me resistí, ni me eché atrás. Ofrecí la epalda a los que me apaleaban, la mejilla a los que mesaban mi barba. No oculté el rostro a insultos y salivazos" . Estas palabras se encuentran en el tercer canto del Siervo de Dios (Is 50,5-6).

Son unos versos escandalosos. No reflejan solamente la crueldad de los que se han ensañado con un hombre inocente. Reflejan también y sobre todo, la paciencia con la que éste ha aceptado los golpes y los ultrajes.

El Siervo de Dios, cantado por el poeta puede representar a todo su pueblo, mil veces humillado. Pero la tradición vio en él la anticipación del Mesías, que había de salvar a su pueblo no gracias a la fuerza, sino mediante el sufrimiento.

En este mundo tan agresivo muchas personas desprecian a quien se opone a la violencia. Solo se sublevan si la persona injuriada y apaleada es una mujer. En este caso, la opinión pública se escandaliza ante una muestra de aguante que se convierte en complicidad.

PREGUNTAS Y RESPUESTA

El evangelio de este domingo nos reenvía a los caminos. Es precisamente mientras vamos de camino cuando Jesús nos dirige las dos preguntas fundamentales para el discípulo.

? "¿Quién dice la gente que soy yo?" No sabremos responder a esta pregunta si vivimos encerrados en nuestra campana de cristal, sin escuchar a los demás. Puede ser que nuestros vecinos de hoy no sepan nada de Jesús. Pero hay que reconocer que muchos de nosotros no nos paramos a escucharles para saber qué imagen tienen del Maestro.

? "Y vosotros quién decís que soy yo". Esa pregunta nos interpela directamente. No podemos olvidarla ni dejarla en un archivo. Cada día hemos de examinar nuestra idea de Jesús y, sobre todo, lo que él significa en nuestra vida. Aunque Él sea siempre el mismo, no es la misma la forma en que lo vemos, lo aceptamos o lo rechazamos.

Pedro respondió con una decidida confesión: "Tú eres el Mesías". Hay muchas ocasiones en la vida en las que tenemos que demostrar una convicción semejante. Nosotros no seguimos a una idea. Seguimos a Jesús. Lo reconocemos como nuestro Salvador. Y lo seguimos, cada uno con nuestra cruz.

SALVARSE O PERDERSE

El seguimiento de Jesucristo no es fácil. Como decía Tomás de Kempis en La Imitación de Cristo, "muchos siguen a Jesús hasta el partir del pan, mas pocos hasta beber el cáliz de la pasión" (2, XI). El seguimiento exige radicalidad, pero en seguir al Señor está la felicidad.

? "El que quiera salvar su vida la perderá". La vida cristiana no puede identificarse con esa espiritualidad blandita y poco comprometida, que se reduce al gusto por "sentirse bien interiormente". La fe no es un intento por salvar la propia existencia de los sinsabores y de las responsabilidades de cada día.

? "El que pierda su vida por el Evangelio la salvará". La vida cristiana tampoco puede identificarse con una neurosis permanente, con una búsqueda enfermiza del sufrimiento, con un regusto masoquista de las penas. La seriedad de la fe no se mide por los dolores soportados, sino por la entrega de la vida por amor.

- Señor Jesús, sabemos que nuestra felicidad está en seguirte por el camino. Y creemos que ese camino nos exige negarnos a nosotros mismos y cargar con nuestra cruz, que nunca será tan pesada como la tuya. No permitas que nos apartemos de ti. Amén.

José-Román Flecha Andrés

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UNA ECOLOGÍA INTEGRAL

El capítulo cuarto de la encíclica Laudato si', del Papa Francisco se abre con una presentación clásica de la ecología: "La ecología estudia las relaciones entre los organismos vivientes y el ambiente donde se desarrollan". Pero el documento amplía esta definición para abarcar las condiciones de vida y supervivencia de la sociedad (LS 138).

De hecho, el Papa nos propone el ideal de una ecología integral, es decir, ambiental, económica, social y cultural. Y recuerda una frase de Benedicto XVI: "Cualquier menoscabo de la solidaridad y del civismo produce daños ambientales" (LS 142).

Esa es una verdad como un cedro del Líbano. Al crimen de destrozar los bosques hay que unir otros: adulterar las relaciones sociales, dinamitar los monumentos y pervertir las instituciones que constituyen el patrimonio de la humanidad (LS 143).

El principio básico es respetar la vida. Hoy se menciona constantemente el ideal de la "calidad de vida". Pero ese término es ambiguo y resbaladizo. Como de paso, advierte el Papa que la noción de "calidad de vida" no puede imponerse, sino que debe entenderse dentro del mundo de símbolos y hábitos propios de cada grupo humano" (LS 144).

¿A qué viene esa advertencia? A veces caemos en la tentación de despreciar el estilo de vida de otras culturas. Pero eso es una vergüenza. En la encíclica se viene a decir que no se puede ignorar el valor de una cultura determinada, de esas que despreciamos como "primitivas".

Un día se nos informa que ha desaparecido una de esas culturas allá en las selvas del Amazonas. Y nos quedamos tan frescos. Pero la desaparición de una de esas culturas "es tanto o más grave que la desaparicion de una especie animal o vegetal" (LS 145).

Con frecuencia los medios de comunicación del primer mundo critican a los "primitivos" de haber destruido el contexto natural. Y nadie se escandaliza de esa calumnia. Esas culturas aborígenes han vivido en sintonía con su ambiente y lo han preservado mejor que nadie (LS 146).

Tras sugerir algunas iniciativas muy concretas para fomentar el ejercicio de una ecología de la vida cotidiana, en el hogar y en el puesto de trabajo, el Papa evoca la calidad de vida que se puede promover en las ciudades, en los barrios y en las zonas rurales. Pero también nos invita a observar y evitar la posible degradación de esos mismos espacios. Hay que soñar y luchar para que también en esos lugares, las personas se sientan como en casa (LS 147-155).

Hemos olvidado la majestad del bien común. El Papa Francisco subraya una vez más la necesidad de respetarlo y promover ese principio (LS 156-158). Y el deber de observar las obligaciones de justicia entre las generaciones.

"A las próximas generaciones podríamos dejarles demasiados escombros, desiertos y suciedad" (LS 161). No puede ser. Hay que dejarles una tierra vivible y hermosa. Esta es la hora de revisar nuestros criterios egoistas de consumo y desperdicio.

José-Román Flecha Andrés

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