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Navalón, diez años después
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POR LA PUERTA DE ATRÁS (Por CARLOS MATEOS)

Navalón, diez años después

Actualizado 13/09/2015
Redacción

"Defendió la Fiesta como nadie, exprimió la vida, fue el crítico más importante de su siglo, y uno de los cabrones más entrañables y jodidos de esta ciudad"

[Img #427415]A los toreros muertos les ponen flores municipales los alcaldes, que lo mismo enviudan de un poeta que de un torero. Las de Robles se encargan en enero, flores de frío y lápida, en esa tumba que es siempre una estatua, escoltadas de concejales y de una banda que toca pasodobles de piedra y niebla. A los críticos muertos solo les lloran las hojas de periódico con lágrimas de tinta roja y reseca, como de titular vacío.

Viene esto a que hoy toreaban de charro (o algo así) dos toreros, y mi amigo Cañamero, que es una enciclopedia con rizos, me recuerda que el primero en hacerlo fue un escritor, que murió hace diez años, y al que no ha recordado la efeméride, que me conste, ni un mísero concejal, empresario, presidente de peñas ni comunidad de vecinos.

Hace un tiempo le pusieron una calle porque en España alguien sólo permanece si acaba en placa municipal y al poco de morir le pusieron su nombre a un premio del Timbalero los mismos a los que despreciaba y despeñaba en sus columnas. Propinas que da la muerte, porque los muertos son los eternos traicionados.

Ahora que la gente redacta, y casi nadie escribe, el verdadero homenaje a Alfonso sigue siendo leerle, o escribirle, como hizo Cañamero en su imprescindible biografía que tituló 'Escribir y torear'. Leer al Navalón putañero y rugiente de oros en su tinta. Un genio escribiendo de los cuernos de Joselito, el culo de Capea, el toro de Madrid, los trinques de Molés o el rocío sobre los peñascos de El Berrocal. Navalón rubricó su propia biografía con una firma insistente, persistente y fija, tanto en los crímenes como en los sonetos. Defendió la Fiesta como nadie, exprimió la vida, fue el crítico más importante de su siglo, y uno de los cabrones más entrañables y jodidos de esta ciudad. En la vieja redacción de Tribuna resuenan todavía los ecos de una máquina de escribir que apuñalaba con los dedos y tronaba como una ametralladora.

Entendía de mujeres, alcoholes y versos, que al final son las únicas sabidurías útiles del hombre, y traducía los secretos del campo como nadie. Pude, gracias a Cañamero, su amigo más fiel, su pupilo más aventajado, y uno de los que lo llevó a hombros la caja hasta la fría tierra, conocer lo que había al otro lado del barranco, brindar con él en el Garamond mientras me llamaba Franquito, y me birlaba a una amiga de la hija de Esplá a la que sacaba treinta años. Navalón murió de epílogo, más de cualquier otra miseria cancerable, y cito a Umbral para epilogar: "El talento es el que lo tiene todo menos eso que hay que tener. El genio es ese que anda desvalido sin otra cosa que su genialidad". Descanse en ese libro, en esta calle, en tu memoria, un gran genio desvalido, diez años después.

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