¿De qué huimos?, ¿Qué rechazamos? ¿A qué nos aferramos?. Tres poderosas preguntas que suelen señalar con el dedo acusador la cartografía de nuestras sombras.
Dicen de los pintores que quienes llegan a la categoría de maestros son los que logran atrapar la luz y reflejar mejor las sombras que esta produce al contacto con la materia, con las cosas.
En Desarrollo Personal nos ocurre lo mismo, la luz refleja lo que somos pero también proyecta nuestra sombra, por eso huimos de la luz, supone una excesiva exposición de lo que somos verdaderamente. Preferimos entonces la máscara, un personaje cuya sombra controlamos pues es artificial y de cartón piedra, podemos sustituirla por otra si la que hemos elegido no nos sirve a los fines propuestos.
Pero la sombra de lo que somos sigue con nosotros toda la vida y determina nuestro presente pues existe, seamos conscientes o no de su existencia, está ahí.
En los primeros años de mi vida mi hermana estuvo muy enferma, nos llevamos poco más de un año. En años decisivos del desarrollo de mi consciencia tuve contacto con mis tías, por parte de padre y de madre, que me cuidaban mientras la atención de mis padres recaía en una niña que se encontraba muy enferma. Después de 50 años de vida caí en la cuenta de este capítulo de mi vida que supondría para el resto, hasta hoy, la constitución de creencias, pensamientos y sentimientos que me han acompañado durante todos estos años y cuyo sentido, amplitud y hondura no conocía, es más, ni siquiera me gustaban algunos de ellos y los convertí en sombra, esa parte de nosotros que rechazamos y que de manera consciente no reconocemos pero que forman parte de nuestro inconsciente.
Las sombras determinan nuestra vida más de lo que creemos, tienen un gran poder y encierran una sabiduría inmensa para desentrañar el presente y sobre todo evitar el sufrimiento que supone no reconocer lo que realmente somos.
Las sombras pueden incluso ser colectivas. Las sociedades, los gobiernos, las estructuras jurídicas tienen sombras que ocultan y no reconocen. Esta forma de estar y ser en la vida determina un comportamiento que en ocasiones no reconocemos y menos aún nos explicamos.
Aceptar la sombra como paso previo, que no significa aprobarlas, sino aceptar su existencia para aprender de su observación y reconocer la herida que la sombra ha generado para posteriormente enfrentarse a un proceso de sanación es el camino adecuado. Más nos empeñamos en inculpar a los demás y las circunstancias de nuestros sufrimientos buscando culpables y generando "víctimas" y todo por no reconocer lo que realmente somos y defender el "como somos".
En periodos en que la sombra es más evidente pues existe más luz, no existe dinero con el que fabricar máscaras, no existe fama ni poder para lograr mascaras, suelen verse con mayor precisión y claridad las sombras. Entonces tomamos dos caminos el de la revolución o el de la evolución.
La revolución como la propia palabra indica supone acelerar el cambio. Es tensión y no distensión. Existen más culpables y más víctimas.
La evolución es connatural al proceso de aceptación y reconocimiento para su posterior sanación. No hay tensión, tan solo acompañamiento. No hay víctima ni culpa.
¿De qué huimos?, ¿Qué rechazamos? ¿A qué nos aferramos?. Tres poderosas preguntas que suelen señalar con el dedo acusador la cartografía de nuestras sombras.
Víctimas de las sombras caminamos por la vida sin ser conscientes de que somos Luz, de que no podemos tener sombras, que las sombras solo las genera el "como somos", que soltando el "como somos" para observarnos desde lo que somos podremos obtener sabiduría que no es otra que aquella que ya se ha formulado a lo largo de la historia y que es: "AMARAS A TU PROXIMO", sí, ha leído bien, "tu próximo", es decir, tu sombra, que es nuestro mayor enemigo, por eso el que ama a su mayor enemigo encuentra el Reino del Amor, que no es otro que amarnos los unos a los otros, comenzando por nosotros mismos.
Donde esté tu sombra está tu maestro para atravesar la puerta y evolucionar.
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