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La vida entera
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La vida entera

Actualizado 11/09/2015
Luis Miguel Santos Unamuno

La vida entera late en la calle en ferias. El centro de la ciudad concentra durante unas horas los latidos de miles de personas normalmente desperdigadas por sus barrios desafiando las leyes que dicen que la entropía del universo, el desorden, tiende a aumentar. Puedes mirar esas calles (ese gran río de huesos, ese gran río de sueños, ese gran río) y obtendrás un corte transversal de nuestra intrahistoria actual. Puedes mirar y recordarás esas descripciones morosas que a modo de cinematógrafo capta Georges Perec en su maravillosa novela, por llamarla así, La vida, instrucciones de uso, la vida encerrada en la descripción de las habitaciones y vecinos de un inmueble de París.

[Img #422971]Una pareja de ancianos pasea de la mano, miran desde fuera, sin pujanza ya para internarse en esa barahúnda de la noche, temerosos de verse arrastrados pero satisfechos de estar allí, exhibiendo sus lustros de convivencia. Han visto ya muchas ferias y fiestas.

Hay de todo en la calle: un imitador de Travolta con cazadora negra; solteronas, perdón, amigas, conversando en grupo; ganaderos con gorra de visera y bastón que traen por primera vez a su hijo a la ciudad desde los pueblos de la sierra y que visten sus mejores galas de paño o pana sin esperarse que hoy en la noche fuera a hacer tanto calor; chicas a las que dejan salir por primera vez solas, con amigas vamos, y que cambiaron su ropa en el ascensor sin que sus padres supieran que llevaba un atrevido top en el bolso y una minifalda que puede acortarse por la cintura; niños de pelo encrespado a quien su madre desesperadamente intentó embutir en una ropa que le queda pequeña y estrecha tras un verano de hamburguesas y relax; madres con sus hijos pequeños en una mano de la que el adolescente se suelta a menudo y el marido en la otra, vigilante de sus miradas, tanto de la del pequeño como de la del mayor un poco disgustada al percatarse que las miradas de su pequeñín, de su ojito derecho se dirigen demasiadas veces a las formas de sus compañeras de clase, ella nunca lo quisiera; adolescentes que han esperado este momento de septiembre -la mejor estación en Salamanca- para, enfundadas en los minishorts vaqueros más de moda, lucir el moreno de sus piernas que nadie pudo ver en verano pues que nadie había; camareros de refuerzo en días de feria que, con las bandejas en alto y buen humor, atraviesan las masas camino de las mesas de las terracitas; camareras novatas en las casetas que han llegado unos días antes y esperan el inicio del curso ganándose un dinerillo y recibiendo piropos; unos padres que sientan al niño caprichoso en la barra, (demasiado cerca de la cerveza y las fritangas para mi gusto) y lo inician en los rituales de los bares; unas turistas o quizá estudiantes de idiomas diríase que norteamericanas por el acento preguntan en las casetas si tienen sangría o inquieren sobre detalles de los pinchos y su contenido; niños que descubren la noche por primera vez y que entre la muchedumbre -para ellos los adultos son muy grandes y sólo ven piernas- acaban perdiéndose y viven unos momentos de angustia hasta el reencuentro; paseantes solitarios, mirones más bien, que saben que en días como hoy pasan más inadvertidos y me hacen recordar, auténticos hombres de la multitud, el cuento de Edgar Allan Poe, felices de verse rodeados durante horas por hordas de seres humanos, confortados por ellos.

Sorprende también la proliferación de una suerte de nuevos matrimonios con roles compartidos, ella con el bebé en los brazos asustado por el ruido y él, con cuerpo de gimnasio, empujando sin vergüenza el carrito al que está amarrado un globo con forma de Spiderman. Parejas en su primera cita que tras echar un vistazo a los músicos sobre el escenario se escabullen pronto hacia lugares más escondidos. Grupos de compañeros de clase o pandilla, todavía imberbes, empequeñecidos al lado de sus compañeras más desarrolladas que pronto abandonan el zoco para poblar las zonas de copas transformando las ferias en un simple botellón más, como se hace con las Nocheviejas. Peregrinos de vuelta de Santiago, turistas despistados, probablemente jubilados que son los que viajan en septiembre, extranjeros de sandalia con calcetines a los que matrimonios veteranos explican lo que significa la Mariseca y eso que ni unos ni otros son capaces ya de discriminar los números con las tardes de fiesta grabados en su lomo; padres que cogen orgullosos por los hombros a sus hijas adolescentes para que no se pierdan en la multitud ni las golpeen con los codos los que para ellos son, todos, peligrosos Latin Kings; adolescentes que hace un año sonreían orgullosamente edípicas cuando su padre las pasaba el brazo por los hombros y ahora se escurren sin disimulo mientras le dicen con vergüenza papááá, que me van a ver.

Hay una gran profusión de gente de otros colores y otros rasgos, con acentos y rostros sudamericanos sobre todo. El paisanaje de Salamanca definitivamente está cambiando y pronto los toros no tendrán ya casi predicamento y las actuaciones con bachatas y reggaetón inundarán la Plaza, una plaza ya casi sin tejido comercial sólo con franquicias, cafeterías y tiendas de ropa en las calles aledañas: ya nadie viene en ferias para feriarse nada, ni el maravilloso guante atrapapolvo, ni paños para confeccionar trajes ni lana para tejer ni herramientas ni cecina de León ni quesos manchegos, ahora se compra todo en los chinos, quizá la cecina y los quesos no.

Haciendo cola en una heladería de la Plaza para comprar el último barquillo de dos bolas que dure casi hasta casa parece que la noche se va desvaneciendo, una vez acabado el concierto, que aquí siempre hemos llamado verbenas. Pendientes del móvil gritan a sus amigos de la pandilla "Es mi madre!" mientras salen disparadas hacia el lugar acordado para la recogida, adiós, mañana nos vemos para ir a las ferias, parece que la vida se para por un rato.

Antes cité de pasada un antológico poema de Nicolás Guillén a quien no quiero dejar de reconocérselo:

Mire la calle.

¿Cómo puede usted ser

indiferente a ese gran río

de huesos, a ese gran río

de sueños, a ese gran río

de sangre, a ese gran río?

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