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Alejandro Marcos, esperanza y oro
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EL DETALLE DE ANA PEDRERO

Alejandro Marcos, esperanza y oro

Actualizado 11/09/2015
Redacción

"La emoción en los ojos, en los poros, en el estómago. Esa emoción que no se dice, que no se anuncia, pero se hace presente en los escenarios donde hemos sido felices"

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La esperanza llamaba hoy con sus nudillos invisibles a las puertas de La Glorieta, que se abrieron de par en par en la primera de feria, en la tarde de las emociones y los reencuentros, la tarde de los sueños, la primera.

Salamanca tan bonita bajo el bochorno insultante de este septiembre de toros y memoria, de ausencias y abrazos, de liturgia en la arena dorada y arriba, por testigo, un cielo cárdeno y perezoso, desandando tiempo y recuerdos. Primera de feria.

La emoción en los ojos, en los poros, en el estómago. Esa emoción que no se dice, que no se anuncia, pero se hace presente en los escenarios donde hemos sido felices, donde hemos aprendido a andar por la vida, a amar el toreo y sus secretos. La emoción sólida, cálida y rotunda de los amigos, de pisar esta Salamanca que no me dio cuna pero sí techo y sábana. La emoción de traspasar las puertas de La Glorieta y entrar en la gloria, tocarla, saberla, a pesar del cemento en los tendidos, del silencio del viento, de las voces que ya no están, de las nubes y los claros así en el cielo como en la tierra.

Hoy era el día de la esperanza, esperanza y oro, esperanza y Alejandro, que se puso de rodillas como quien acude a una iglesia a pedir un favor y lo recibe a base de fe y de querer, de rubricar con la espada la apuesta única de la tarde, esa que tantas veces se le niega y hoy entró. Y la esperanza se hizo presente en el quinto de José Cruz, que no hay quinto malo, que la Cruz esta tarde era la cara, y que puso a la esperanza en un aprieto por el aire, voltereta y angustia, la taleguilla rota, la carne tan frágil debajo de la seda.

La esperanza entonces anduvo descalza y quiso comerse el mundo, enrabietada, queriendo como quieren aquellos que sueñan con ser toreros, con abrir una puerta grande en La Glorieta, que es la gloria para cualquier novillero charro que desde niño mira su estructura de ladrillo como si fuese un templo colorado donde el toreo se hace milagro cada septiembre. La esperanza hoy se llamaba Alejandro.

Y así campaba la esperanza por La Glorieta en los pañuelos blancos que alzaron el vuelo tras la espada, que era la llave y la alegría de la primera puerta grande en la primera tarde. La esperanza de los aficionados que siguen a los chavales de plaza en plaza por si se hace presente el milagro del toreo, que se amasa en silencio y desesperanza de tan difícil, tan complicada como está la cosa.

La esperanza hoy se asomaba al futuro en los ojos de seis chavales que llamaban con sus nudillos a las puertas de La Glorieta con desiguales voces y suerte; con ley, temple y oficio, con voz rotunda, de torero, Álvaro Lorenzo, que logró pasajes de mucha altura; con decisión Alberto Escudero con un cuarto que apretaba y puso en apreturas; y con ilusión Alexis Sendín, que llegaba por la vía de la sustitución con las heridas de su debut aún tiernas. En voz baja la llamaron Posada de Maravillas, tan placeado y suficiente, y Varea, serio y frío, técnico e impecable, pero con el alma perdida hoy en otros conjuros. Tan bajito la invocaron que pasaron cosiendo detalles sin ahondar en la apuesta. Y la espada, que no entraba, sesgó esperanzas y robó triunfos con una novillada que era también un canto de esperanza surgido desde el campo charro, donde pastan los toros de José Cruz.

Anduvo descalza por la plaza, grosella y oro, que no vestida de verde. Anduvo escondida en el alma de seis chavales, seis novilleros, que siguen su estela y la llaman, a pesar de los tiempos malos para la lírica y el toreo. Anduvo esquiva en la espada en la tarde de los novilleros, en el cartel de los sueños.

La esperanza tenía asignado hoy un nombre. Primera de feria, el día de las emociones y los reencuentros. Alejandro Esperanza, esperanza y oro.

Foto: Adrián Martín

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