, 12 de mayo de 2024
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Una Plaza llena de fabulosas retahílas musicales. Gabriel Calvo y la Fabulosa Retahíla
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Por Charo Alonso, escritora, profesora de Lengua y Literatura

Una Plaza llena de fabulosas retahílas musicales. Gabriel Calvo y la Fabulosa Retahíla

Actualizado 10/09/2015
Redacción

Músicos excepcionales con su individualidad y su carácter que se unen para hacer música con los objetos cotidianos -la cuchara, la botella, la tabla de lavar-

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¿Tienen memoria sonora las piedras de nuestra Plaza Mayor? ¿Resuenan los ecos de Abraham Mateo sobre los de India Martínez? ¿Disfrutan los tejados de los ecos sonoros de nuestras fiestas, de nuestros pregones, del rumor de la gente en ferias? Con el ligero olor de la lluvia y de la humedad del norte, la noche folk de la Plaza tiene la alegría de aquellos que viven esta música, se les van los pies y hasta levantan los brazos para bailar una jota con el vecino de concierto, con aquel que disfruta. Tiene el de Gabriel Calvo y su fabuloso grupo de músicos, un público entregado, alegre y sin complejos que le pide sin cesar otra pieza y corea sus letras, ríe sus intervenciones y goza de una alegría contagiosa.

Yo tengo en el alma la voz y el ritmo charro del que es el disco más vendido de la música salmantina: el de Gabriel Calvo, a quien oía insistentemente mientras escribía sobre una mujer que amaba la música de la charrería, Inés Luna Terrero. Gracias a su evocación literaria conocí a este hombre de apostura impresionante que lleva toda la vida dedicado al estudio y divulgación de la música popular, a la producción y contratación siempre privilegiando este tipo de música que ahora toca con instrumentistas memorables como el dulzainero Alfredo Domínguez Prada, el acordeonista David García y el tamborilero Carlos Rufino de Haro.

Músicos excepcionales con su individualidad y su carácter que se unen para hacer música con los objetos cotidianos -la cuchara, la botella, la tabla de lavar- y recordarnos un tiempo en el que la historia se cantaba y la diversión era música alrededor de la lumbre. Reivindicar esta cadencia nuestra de flauta y tamboril con la originalidad y la entrega de un teatrero apasionado dueño del escenario que sabe ganarse al público y darle aquello que más le gusta, apartándose de lo consabido sin dejar de ser tradicional. Este hombre que nos presenta a su pandereta Tarara, recién pintada para el concierto y que toca improvisando un rap que nos devuelve la alegría infantil de corear y reír sin complejos, es el mismo que hace gala en nuestras charlas de una inteligencia preclara y un conocimiento de la literatura que me admira. Es el hombre que ahora sube al escenario y cuya voz no oigo a través de mis altavoces, sino compartiéndolo con un público amplio que disfruta de las dos pantallas, del escenario cercano, de una noche llena de alegría y de una música que nos pertenece a todos.

Hay algo familiar, sí, y diferente en los conciertos de Gabriel Calvo y sus músicos excepcionales, una recreación de lo tradicional original y al mismo tiempo fiel a lo que permanece en nuestra memoria de niños, en nuestra quizás negada identidad que, en vez de avergonzarse por lo propio, se hace sentimiento colectivo. Ésta es la grandeza y la originalidad de Gabriel Calvo y su grupo, éste es su regalo, mostrar el legado de todos con una visión diferente. Por eso acudimos a escucharlo con la seguridad de que habrá algo nuevo en lo que no queremos que cambie. Y este hombre que sabe y que guarda las esencias como nadie nos destapa el tarro con toda la magia del que conoce su oficio y goza de la alegría. Y la Plaza guarda entonces memoria de otra noche memorable.

Charo Alonso

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