Existe un principio de presunción de profesionalidad y eficacia asociado a gremios que exigen de sus miembros un alto coste de entrada en forma de estudios y acreditaciones. Sus conocimientos se separan tanto de los del común que a ningún ciudadano de a pie, provisto de prudencia, se le ocurriría cuestionar su desempeño. Es el caso de los médicos, de los ingenieros o de los pilotos de aeronave. Sin embargo, hay otras profesiones cuyos conocimientos asociados son menos esotéricos y exclusivos y que, por esta razón, están expuestas a que todo el mundo, amparándose en la osadía que otorga la ignorancia, opine sobre ellas, cuestione su trabajo o, simplemente, se considere mejor preparado para hacerlo que aquel al que, dicen, le han regalado el puesto. Este es el caso de los profesores, de los periodistas y, por supuesto, de los entrenadores.
Para ellos, los principios generales del derecho no existen o son, directamente, aplicados en su contra. ¿Conocen aquello del "non bis in ídem", eso de que nadie puede ser juzgado dos veces por el mismo hecho? Pues bien; dos, tres y hasta centenares de veces, si hace falta, se le recordarán los fracasos, los cambios que no gustaron, las decisiones que no fueron las del aficionado y que redundaron en un resultado mediocre. Y nada de presunción de inocencia, ni mucho menos aún de su refuerzo procesal, el "in dubio pro reo", ese principio que lleva a la absolución del acusado cuando no se ha probado suficiente e irrefutablemente su delito. Porque el sistema español, amparándose en la superioridad moral que debe guiar la actuación del estado respecto a la de sus miembros, ha determinado que prefiere un culpable en la calle a un inocente en la cárcel. Pero esto no sucede con los entrenadores, culpables cuando se pierde, meras comparsas cuando se gana.
Es la aplicación extrema de la persecución penal pública, especialmente exacerbada en el derecho anglosajón. En los países en los que rige esta tradición es el estado quien, sintiéndose agraviado, actúa a través de sus fiscales contra el presunto delincuente, delincuente al que, además, se le aplicará la "justicia entre iguales", es decir, el juicio por jurado, obviando que es la bilis el principal combustible del discernimiento humano, muy alejado, en la mayor parte de los casos, de la lógica socrática.
En esas estamos cada vez que se discute el rendimiento de cualquier equipo o selección que goza de cierto seguimiento mediático. Focalizando la atención en la figura del entrenador, como admitiendo una aspiración, casi freudiana, de poder llegar a serlo cada uno de nosotros. Es por todos conocido que en el interior de cada ciudadano interesado por el fútbol o el baloncesto, hiberna el alma de un seleccionador. Ahora bien, desconocemos, o no queremos saber nada del proceso de preparación y aplicamos con la dureza que no querríamos para nosotros, un rigor excepcional a la hora de medir su trabajo y su toma de decisiones. Es el pueblo opinando, me dirán, ejerciendo su libertad de expresión, dando rienda suelta a su emoción contenida. Es el pueblo en contra, les digo, ejerciendo un desprecio por el trabajo ajeno impropio de una sociedad madura.
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