En la época en que mucha gente expone sin el más mínimo recato sus hábitos, expresa su conformidad o disgusto frente a numerosos hechos, cotillea la vida de su antiguo compañero, persigue vorazmente la última noticia con ese aparatito que semioculto en la mano no se deja ni a sol ni a sombra, observar una elección no deja de ser un acto estrafalario. Claro, se dirá, se observa cuando existe un atisbo de sospecha de que algo puede ir mal, de que la correcta funcionalidad de un proceso puede entorpecerse, o, peor aun, entramparse, y los comicios, que se han convertido en una de las fuentes fundamentales de acceso al poder, son susceptibles de mirarse con atento cuidado.
En Guatemala, un país del que quizá quien lea estas líneas apenas si tenga una vaga idea, se vivió una larga y muy sangrienta contienda civil durante casi cuatro décadas que dejó un fuerte poso de impunidad; el país estuvo gobernado por militares convencidos de que solo ellos podían dirigir al país asediado por una clamorosa demanda de cambio social y económico, entre la que destacaba la reforma agraria. En una sociedad enormemente compleja por la existencia de una veintena de diferentes etnias cada una con su idioma difícilmente comprensible de una a la otra suponiendo más de la mitad de la población, la política se conducía estrictamente por el camino marcado por el autoritarismo militar y la oligarquía.
Hoy las cosas han cambiado ligeramente porque su joven sociedad, aunque todavía muy desigual, paupérrima y razonablemente libre, es más urbana y moderna, cuenta con más de un millón de emigrantes, la mayoría en Estados Unidos, que remiten jugosas remesas, y se han asentado formas democráticas aun procelosas. Los partidos políticos son muy débiles, se articulan en torno a candidatos que ponen ingentes cantidades de dinero de dudoso origen donde el narcotráfico desempeña un papel relevante que, además, golpea a la vida cotidiana con una violencia brutal. Prestar atención al ritual político, dar fe del cumplimiento pautado de los procedimientos, pueden ser tareas necesarias, a veces hasta incluso imprescindibles, pero en la jornada electoral no dejo de preguntarme por lo que pasa por la mente de esa joven madre pocomam que acarrea cuatro hijos en un colegio electoral de Santa Cruz Chinautla cuando recoge las cinco papeletas, se retira al rincón donde selecciona a sus candidatos y deposita después el voto.
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