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El Cuartón de Traguntía presenta a su ‘Dama Luna’: Inés Luna Terrero regresa a su casa
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CHARO ALONSO, EN PRIMERA PERSONA

El Cuartón de Traguntía presenta a su ‘Dama Luna’: Inés Luna Terrero regresa a su casa

Actualizado 05/09/2015
Charo Alonso

La escritora y el investigador Alfredo García Vicente compartieron su 'emoción' en el palacete que hizo de la 'Bebé' una mujer mítica

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"Inés Luna ha vuelto a su casa". Estas son las primeras palabras que la emoción me deja decir mirando hacia la capilla restaurada que la dueña de este palacio de ensueño, erigido en medio de la dehesa, construyó enamorada del culto maronita. Porque estamos en su casa, en El Cuartón de Traguntía, porque hablamos ante las gentes de la zona que la conocieron, que la amaron, que la discutieron? Porque nos escucha Nati, quien la recuerda como una mujer "normal, que hablaba con nosotras. Las de Traguntía, veníamos a hacer teatro a El Cuartón, con ella"; porque además de los que fueron sus gentes, hablamos ante el concejal de Cultura de Vitigudino, un atentísimo Francisco Javier Zudaire y, sobre todo, ante el sobrino de Consuelo del Álamo, la mujer que acompañó hasta el final a nuestra protagonista.

No es fácil evocar a Inés Luna en su casa, en su jardín de ensueño donde plantó rosaledas, plantas que le surtieron de Madrid los mismos que atendían a la Casa Real, su jardín de caminos de piedra, de estanques y estatuas ?estatuas como la que disfrutan en Vitigudino sin que se sepa que es de Inés, un olvido que el concejal de Cultura nos promete subsanar?; el jardín de los cedros que le trajeron de El Líbano y que competían en belleza con las achaparradas encinas de la dehesa de Salamanca. Un jardín que circunda la casa como un abrazo de bardas de piedra, un jardín habitado por la inusual primera piscina de la provincia, la capilla maronita ahora blanca e impoluta, la encina a la que se subía por una escalerita de piedras para contemplar su heredad. No es fácil evocar a Inés Luna en su casa, a la Bebé, como le llamaban aquellos que pertenecieron a su historia y que ahora nos miran, llenos de recuerdos, de imágenes y de anécdotas, a Alfredo García Vicente y a mí. Para ellos, para las gentes de Traguntía, de Pozos de Hinojo, de Peralejos, de Vitigudino, es parte de su vida; para mí, es el regalo que se ha convertido en libro; para Alfredo García Vicente, parte de su historia familiar compartida con Macu Vicente, la autora de Centenares y de las fantasías de niño criado casi a las puertas de esta finca.

Invitados por Belén, representante del pueblo de Traguntía, y por Carlos Mezquita, quien mejor conoce la historia de este lugar primero perdido en el olvido y que él definió en la película de Martín Patino como "La crónica de una desolación", Alfredo y yo venimos a hablar de Inés a quienes la conocieron. En mi caso, desde el deseo de reparar el daño que la historia y los intereses han convertido a Inés Luna en una nota a pie de página de la extravagancia y la inexactitud y con el privilegio de estar acompañada por un investigador tenaz y riguroso, un experto en arte hijo de la zona que no solo siente esta historia, sino con sus largas horas ante los archivos y sobre todo, con sus pesquisas casi detectivescas, está desmitificando todo cuanto se dijo sobre Inés Luna Terrero, Alfredo García Vicente. Su magistral dominio del tema y las desconocidas hasta la fecha imágenes con las que nos obsequió a todos nos sumieron en un silencio reverencial. Ante nosotros, junto a su casa, en medio del jardín, las fotografías de una biografía que recorre el siglo en toda su grandeza, singularidad y desolación final, nos devolvió otra Inés Luna. Cercana, humana, fuerte y valiente, entregada y caprichosa también, pero sobre todo, profundamente conmovedora.

Más allá están las tierras de la familia de Alfredo García Vicente, quien me señala emocionado que Inés Luna vería este mismo atardecer desde sus ventanas emplomadas de colores.

Tras años de abandono y expolio de la casa, de la Liberty House, de Inés Luna que las gentes de Traguntía denunciaban en vano, la recuperación por parte de la Fundación Inés Luna Terrero del palacete para convertirlo en un hotel es una decisión de la que nos felicitamos. Ahí está la casa, hermosa, dueña del jardín, enhiesta de tejados y ventanas acristaladas. En ella el estilo exquisito del establecimiento que lleva Casa Conrado es el de Inés Luna, la misma de la que habla José Antonio, el guarda, con reverencia mientras nos abre la capilla para que la veamos. La misma con la que nos sirven un café frente al atardecer de la dehesa, mientras el sol se pone tras el paseo de los enamorados, la barda de piedra que separa el jardín cuidado, el jardín francés, el jardín inglés, de la dehesa. Más allá están las tierras de la familia de Alfredo García Vicente, quien me señala emocionado que Inés Luna vería este mismo atardecer desde sus ventanas emplomadas de colores. La misma Inés por la que juraba en arameo su padre porque los conejos de su finca, descuidada, se comían los sembrados que eran el sustento de la familia. Luces y sombras sobre este lugar encantado. Un lugar que ella, rica heredera, eligió para vivir, en la casa que ya existía llamada 'Vivienda' en tiempos de su abuelo senador, Don Antonio Terrero, y que luego construyó, a pie de obra, desde el momento en que Natalio Velasco le dijo por carta que ya estaban echados los cimientos, Carlos Luna Beovide, el pionero que trajo la luz a Salamanca y que ahora estudia el catedrático de electrotecnia Eladio Sanz.

Juntos, Eladio y Alfredo representan el rigor del documentalista, yo soy la afortunada dueña de la evocación literaria de quien aún mantiene vivo su poder de fascinación. Todos estamos atrapados por Inés, las gentes de Traguntía que la siguen llamando 'La Bebé' y que nos escuchan quizás sin estar de acuerdo con algunas cosas que decimos, pero sí con infinito respeto y atención; los que trabajan en El Cuartón y hacen de la casa de Inés un hotel de lujo convertido en uno de los espacios con mayor encanto y profesionalidad en la provincia de la mano de Conrado; aquellos que están dispuestos a seguir investigando sobre los Luna y a seguir escribiendo sobre doña Inés? y sobre todo, atrapado por el tiempo en el que le tocó vivir, por la historia de una desolación, de una heredad malograda, está Carlos Mezquita, que comparte con Inés Luna el amor a esta tierra, su raigambre en ella,

Una mujer con sombrero recorre el jardín de cedros, rosas, romero y encinas. Llama a Quico y pide el coche que ella misma conduce, un cigarro entre sus dedos enguantados...

su generosidad para abrir su casa, sus conocimientos, su sabiduría. Yo evoco para ellos a una mujer capaz de viajar por el mundo y regresar a hacer teatro con las mujeres de Traguntía entre las que se encontraba Nati, a quien miro con profunda reverencia, evoco a una mujer que mandaba llamar al herrero de Vitigudino para que le hiciera una pajarera y que caminaba al paso lento del mejor de sus criados, el fiel Quico, quien con Consuelo del Álamo fueron su familia en los años desgraciados.

Estamos todos fascinados por Inés, atrapados por el misterio de Inés, un misterio que, gracias a las investigaciones de Alfredo García Vicente, no lo es tanto. Por eso la sentimos cerca, perteneciente a nuestra historia, a nuestros deseos de un mundo más feliz, más lleno de belleza, de jardín cerrado, de árboles, de lujo quizás? y lo hacemos en su casa, en la que ahora es de quien se acerque a visitarla? sin embargo? hay una emoción extraña que va más allá de las bardas de su jardín, de su casa de heredera... Una mujer con sombrero recorre el jardín de cedros, rosas, romero y encinas. Llama a Quico y pide el coche que ella misma conduce, un cigarro entre sus dedos enguantados. Baja a Traguntía a oír misa, se dirige con Consuelo a comprar telas el martes a Vitigudino? pero regresa a su casa de El Cuartón. Y a nosotros solo nos queda esperar que verdaderamente regrese a descansar en su capilla encantada. En paz por fin, conjurada la desolación, la suya y la de una tierra que no merece el olvido.

Texto: Charo Alonso

Fotografías: Fernando Sánchez Gómez

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