En estos días estoy asistiendo a un congreso misionero ecuménico en un poblado cercano a Nuremberg, Alemania. Es una colaboración entre un centro universitario de Lión, Francia, y la Facultad teológica luterana de Baviera.
Esto sucede al mismo tiempo que nos estamos viendo invadidos con las noticias de los inmigrantes orientales que llegan a Grecia, Macedonia, Hungría, etc., con destino Alemania e Inglaterra, es decir los países que pueden ofrecer trabajo y medios de vida.
Naturalmente, todo esto me ha hecho recordar los tiempos en que eran nuestros paisanos españoles los que tomaban su maleta de madera y venían buscando trabajo y medios de subsistencia en Alemania principalmente, aunque también en Suiza, Francia, Bélgica, Holanda o Inglaterra.
Es verdad que entonces se venía con un contrato de trabajo, generalmente, o en contacto con algunos familiares que aseguraban la posibilidad de obtener empleo, aunque fuera precario y escaso. Se pensaba encontrar rápidamente unos ahorros en marcos u otra moneda fuerte, aunque fuera a base de vivir muy austera y aun pobremente, con la idea de poder volver lo antes posible a España y establecerse en modo de mantener a su familia con una vida suficientemente digna. La estancia después se hacía más larga de lo que se preveía, y en muchos casos fue prácticamente una estancia sin retorno, reuniéndose con la familia en el extranjero, donde ya se afincarían sus propios hijos, que no desearían regresar más a España.
Era, pues una emigración bastante diferente de la que ahora contemplamos, tanto la que viene de sur en pateras o barcos de mala muerte, nunca mejor dicho, como la que huye de los países musulmanes del este buscando una situación de asilo, además de la de remediar la pobreza.
También en nuestros tiempos hubo abusadores que trasportaban en plan de contrabando a los trabajadores españoles o portugueses. Pero no se llegaba al nivel de los traficantes de personas actuales que operan en los países del norte de África o en las regiones del Líbano y del medio oriente.
Agradecimos y nos ayudó entonces que nos acogieran en Alemania y los demás países europeos. Ese recuerdo debería facilitar ahora el que estemos más abiertos a los reclamos de los que quieren venir a España o al resto de la Comunidad Europea. Olvidamos pronto los beneficios recibidos y preferimos dejar en la estacada a los pobres o amenazados que llaman a nuestras puertas, y seguir nuestra comodidad de gente insolidaria y aburrida.
Ojalá lográramos organizarnos todos los países europeos, tomar una postura común y sostenida con los dineros de todos, y mirando a una solución más profunda y duradera a medio y largo plazo.
Que no tengan ellos ahora que acuñar algún triste dicho como el que entonces empleamos, medio con humor o como expresión de necesidad, de salir "zumbando pa Alemania".
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