Al que más y al que menos alguna vez se le ha estropeado un enchufe, se ha roto una persiana, o se ha atascado una tubería.
Llamar a un profesional para cosas tan sencillas puede salir por un ojo de la cara.
Concepto de desplazamiento, hora de mano de obra, aunque tarde quince minutos, y el material.
Todos deberíamos tener los conocimientos mínimos para solucionar los problemas domésticos del día a día, pero no es así.
Recuerdo cuando estudié EGB y BUP teníamos una asignatura de Pretecnología, con ella aprendí alguna de esas cosas sencillas.
Nuestro sistema educativo se encargó de desprestigiar la formación profesional, cosa que no ocurre en otros países. En España todos los padres quieren que sus hijos tengan carreras universitarias, que sean buenos médicos, abogados, que al parecer ganan mucho dinero.
Quizá sea el momento de replantearse ofrecer a los jóvenes las herramientas y conocimientos necesarios para sobrevivir a tareas tan sencillas del hogar.
Están proliferando muchas tiendas de bricolage que con campañas de marketing consiguen que nos llevemos a casa mil y un producto, fáciles de montar, según ellos, pero cuando lempiezas a instalarlo o montarlo, tienes que hacer un cursillo para entender las instrucciones.
Antes los hijos aprendían de los padres a hacer y reparar las cosas más básicas como arreglar un enchufe, cambiar una cerradura, pintar, cuidar el jardín o sustituir una tubería. Ahora ni saben y lo peor, no quieren aprender.
Quizá la crisis económica sirva para agudizar el ingenio y volvamos a realizar esas pequeñas reparaciones y si no se sabe, siempre quedan los libros e internet para tomar alguna lección gratis.
El bricolage y las "chapuzas" pueden llegar a ser una buena terapia para ocupar el tiempo.
Muchas personas están empezando a usar la bicicleta como medio de transporte. Reparar un pinchazo, cambiar una bombilla o la cadena son tareas muy sencillas que no necesitan mecánico.
Quizá sea el momento de volver a tiempos pasados y aprendamos a disfrutar de lo sencillo.
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