Mudanza

Tengo dicho que una de las divisiones que se puede hacer de las personas separa a los que se van de los que se quedan. Maximizándola puede convertirse en la que discrimina a los que se están yendo siempre de los que no se mueven nunca. Pero estos extremos admiten muchos matices ya que ni todo fluye permanentemente ni las cosas están siempre quietas. Además, hay un espacio intermedio que trae consigo una barahúnda de pasos intermedios, de decisiones dubitativas, de esperanzas equívocas. Un lapso en el que las inevitables gestiones se superponen, los contratos para efectuar la movilidad se enmarañan y el quehacer del día a día se agita, pareciera como si el futuro inmediato fuera un vacío que, negándose a serlo, demanda soluciones inmediatas. Son entonces tiempos de mudanza.

Lo que ocurre es que una mudanza trae consigo un quehacer inevitablemente azaroso cuyo resultado, dicen, es como si hubiera acaecido un incendio, y no me refiero a las cosas que, voluntaria o involuntariamente, desaparecen. Sí, en ocasiones somos nosotros mismos los que aprovechamos para hacer limpieza, pero en otras el cuidadoso embalaje de aquello que no queríamos perder o que se deteriorara le hace permanecer tan oculto que nunca más vuelve a aparecer. También sucede que cuando no se vive solo, se convierte en una necesaria acción coordinada en la que, no obstante, siempre a alguien le toca llevar la voz cantante. Claro que cuando la soledad es el patrón de conducta imperante, el cambio, contrariamente a lo que se podría pensar, llega a ser más traumático por el peso de lo que no se comparte, de las razones que se ignoran.

En el mundo de la imaginación, de las fantasías que producen un antídoto frente al desasosiego, se da un tipo de cambio mental que no requiere de grandes alharacas, ni de camiones, ni de operarios, menos aun de pasajes de avión o de nuevos contratos de alquiler. Puede representarse como una cadena de saltos a veces discontinuos, aunque en ocasiones solamente se da uno. En ese escenario la discutible máxima ignaciana, "en tiempos de tribulación, no hacer mudanza", carece más aun de sentido. Precisamente es ahí donde es palmario que cuando las cosas se tuercen cambiar se hace más ineludible. Tan imprescindible que la elucubración del escape mental puede llegar a hacer real la propuesta imaginaria animando a una ineludible puesta de tierra por medio.