Cuando yo empecé a trabajar todavía no se había podrido el periodismo como acaba sucediendo con todo lo que se politiza hasta el paroxismo: la literatura, el teatro, las artes plásticas, el transporte público, la universidad, la escuela primaria y hasta la recogida de basuras. Alfonso Navalón (a quien en su artículo del pasado viernes Toño Blázquez, que le conoció bien, calificaba certeramente como "puñetero crítico") escribió en 2004, un año antes de su muerte: "Hace diez años habría enviado a todos a las cloacas. Pero estoy cansado y no es cosa de volver a empezar como en los años sesenta donde, entré en Informaciones en el mes de abril, cuando sólo tiraban siete mil ejemplares y, en octubre del mismo año, sobrepasábamos los cincuenta mil ejemplares cada día que salía el sol, precisamente, cuando ser periodista era una profesión honrada y todos luchábamos en defensa de la verdad. Claro que, para todo esto, entonces, teníamos el apoyo de editores y directores que apostaban por una ética que ya no existe."
Conocí a Navalón en aquella época, hace cuatro cuatro décadas largas, su momento más polémico y de mayor fama. Yo trabajaba como becario para el diario vespertino Hierro y me proporcionó una noticia que al día siguiente sería reproducida prácticamente por todos los periódicos de España. Fue en una feria taurina de Bilbao. El escenario: el Hotel Carlton. Así relaté esa anécdota en mi librito Más allá del personaje (CEGAL, Madrid 1996):
El 22 de agosto a mediodía acudí a hacer una interviú a Alfonso Navalón. Cuando llamé a la puerta de su habitación quiso asegurarse de mi identidad antes de abrir; la entreabrió, se asomó recelosamente a observar a uno y otro lado del corredor y me invitó a pasar. "Ahora te explicaré por qué desconfío ?me dijo?; mejor aún, vas a ser testigo de una denuncia que es toda una primicia. Por la línea telefónica interior pidió a la centralita que le comunicaran con la Policía. Así pude escuchar palabra por palabra cómo Navalón denunciaba a unos empleados de Manuel Benítez, El Cordobés, por intento de soborno y agresión. La cosa venía de atrás. Según me contó el crítico, El Cordobés estaba más que molesto por las ácidas consideraciones que el comentarista le dedicaba desde la feria de San isidro. Las tiranteces se caldearon en las ferias de Pamplona y San sebastián y estallaron en Bilbao. "Han intentado sobornarme, me han dicho que un crítico tan conocido como yo merece ir en un automóvil Mercedes. Como lo he rechazado, han llegado a las amenazas contra mí y mi familia. Aquí, un momento antes de que tú llegases han aporreado la puerta y han intentado tirarla abajo para pegarme". Esperé el desenlace de los acontecimientos. Unos minutos más tarde se presentaron en el hotel agentes uniformados de la Policía Nacional, preguntaron por el apoderado de El Cordobés, Antonio Insúa, y por el banderillero Paquito Ruiz y les condujeron a la comisaría. Por cierto que mientras el grupo de policías y detenidos salían hacia el vestíbulo del hotel, me acerqué a Insúa y le pregunté cuál era su versión de lo sucedido. Recibí tal empellón que por poco caigo rodando escaleras abajo y termino sumándome a la denuncia como parte acusadora.
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