La ITV

Me había caducado la ITV y tuve que correr a ponerme al día pero me encontré con que por una huelga que ha durado varios meses era imposible conseguir cita antes de septiembre así que me enfrentaba a la tesitura de meterme debajo de las sábanas durante tres semanas o arriesgarme a salir a la calle y que me interviniera la policía y me pidiera la documentación. Necesitado de reponer viandas y, sobre todo, de hacer recados porque sí, de esos que nos permiten a los salmantinos encontrarnos por la ciudad y mantener la vida social, me arrojé a la vía pública como un sin papeles más. Se mueve uno con inquietud, no crean. Y sólo porque han pasado unos mesecitos desde la última revisión ya que yo y mi coche, por fuera, estamos igual de lustrosos.

Eso de pasar la ITV tiene su miga. Al principio del verano me llamaron del concesionario donde compré el coche para regalarme, dicen ellos, un chequeo gratuito de varios puntos importantes en el funcionamiento de un vehículo. La broma me costó unos cientos de euros al descubrirse que era conveniente cambiar los frenos pero supongo que debo alegrarme por ello. Sucede de manera similar cuando vamos al médico para un chequeo periódico. En realidad es por nuestro bien pero la mayoría de nosotros preferimos vivir en la inopia y evitamos o dilatamos pasar la ITV corporal o lo hacemos sólo por la amenaza de multa, es decir, de achaque. Además la última vez que fui al médico el doctor me dijo que al haber usado mi cuerpo tantos años y con la caña que le he dado ahora valía mucho menos que cuando lo estrené. Como mi coche, vamos, pero yo le contradije y le pregunté si no sería más parecido a lo que pasa con las viviendas, que ahora debería valer más y la Seguridad Social debería invertir más en mí. Con todo lo que se perdería si desaparezco de golpe: una carrera laboral, mis obligaciones pendientes, una obra cultural que estoy en trance de desarrollar,... además de la tristeza de mis allegados cuyo número aumenta con el paso de los años. Yo es que soy muy platónico y considero la vida como un camino de perfección. Seguro que los economistas tienen un término para explicar el por qué con el usufructo el valor de los automóviles decrece mientras que el de las casa, burbuja mediante, aumenta. Y seguro que los filósofos y los poetas (¿no son lo mismo?) tienen una opinión sobre si con el paso del tiempo valemos menos o más.

Cuando vas a pasar la ITV del coche te verifican una serie de puntos y bien podría hacerse algo parecido con otros aspectos de la vida como nuestras relaciones de pareja o nuestros matrimonios. Podrían ir los amantes esposos y salir como en las estaciones de servicio con una extensa hoja llenita de marcas señalando los, llamemos, defectos leves que permitirían seguir juntos con muletas (allá cada cual) o las graves, si los hubiera, que exigirían volver a pasar la ITV al cabo de dos meses con los deberes hechos. Y siempre con la misma duda: ¿es mejor que te encuentren cosas que mejorar o seguir viviendo en la ignorancia puesto que no puedes comprarte otro coche, menos otro cuerpo y no andas con fuerzas para buscar nuevo consorte.?

Al final, en un nuevo intento, una amable telefonista me informó de que podía saltarme la lista de espera si alguien con cita renegaba de ella como así ocurrió y mi coche volvió a ser un inmigrante (su casa matriz es alemana por lo que puede considerarse un caso de inmigración a la inversa) legal, con su tarjeta en regla. De la lista de espera para el cardiólogo prefiero, de momento, no saber nada.