Ciencia y sabiduría

Para poder afirmar que una época está en crisis han debido minarse sus fundamentos más profundos, lo cual quiere decir que ha habido una crisis religiosa y filosófica. La visión del mundo, los valores que rigen el actuar y los esquemas conceptuales para entender la realidad parece han dejado de tener vigencia coincidiendo con este acelerón tecnológico, y secuencia de todo tipo de crisis que rodean nuestra existencia. Parece que estamos ante un vacío de valores, ya no hay nada seguro donde asirse, nada que permanezca, nada que aguante los cambios. Pero las ideas mueven la historia. A toda crisis de época, le ha precedido una crisis en las ideas. Lo peor en lo que puede caer el ser humano es en el olvido, porque olvidar es negar la verdad. Parece que ahora se nos quiere imponer el temor a comprometerse.

Hay una sencilla pregunta que encierra en sí misma buena parte de la historia de Occidente, desde hace dos mil años: ¿Debemos considerar a la clase de religión como una asignatura más del plan de estudios? Desde las filas más tolerantes del "no", se presenta a la clase de religión en la esfera de lo privado. No tiene sentido el impartir o la evaluación de unas "creencias". La adscripción a un determinado credo religioso es algo estrictamente personal y, por tanto, nada "objetivable". La religión, para éstos, no parece gozar del estatuto de ciencia. Entre las filas de los partidarios del "sí" son frecuentes las referencias a los valores "objetivos" de la cultura cristiana como piezas claves para la comprensión de la historia y de la cultura occidental, por lo que no se pretende evaluar a nadie por "sus creencias", sino por el conocimiento histórico, social, artístico y cultural del cristianismo. No hay nada especialmente más subjetivo en la clase de religión que no se encuentre en el resto de las ciencias humanas: historia, geografía, filosofía, literatura, etc.

En el fondo lo que está en tela de juicio es la cientificidad de la clase de religión. Si es ciencia podría formar parte del plan de estudios como el resto de las asignaturas, si no lo es, deberá conformarse con la reclusión en el foro parroquial. El criterio científico que se esgrime es el de la "objetividad", que parece es entendida en términos de "neutralidad", por un lado del sujeto que investiga, que debe procurar no dejarse llevar por motivaciones extracientíficas. Los principios éticos, las creencias, la emotividad, etc, deben quedar al margen de la investigación si pretendemos que nuestros conocimientos estén libres de sospecha tendenciosa. Por otro lado, esta "neutralidad" debe encontrarse en el objeto de estudio, que debe someterse a un proceso de purificación hasta que se desprenda de todos aquellos valores que no sean medibles o cuantificables. Cuando un conocimiento consigue mantener esta doble neutralidad es calificado de científico. Es hijo de una razón pura y aconfesional.

Pero cuanto más "objetivos" son nuestros conocimientos, más alejados parecen estar de lo que le interesa al hombre: mejorar su calidad de vida espiritual. Los avances científicos cuando han encontrado traducción en mejoras técnicas, han permitido una mejora de la calidad de vida de las personas; pero no han significado una mejora de la persona en si misma. Es fácil reconocer grandes personalidades en la historia que han carecido de los medios técnicos que ahora disponemos, por lo que desengañemonos: ni el teléfono móvil, ni los PC, ni el internet, etc, van a enriquecer la calidad de la persona humana, lo más probable es que estén levantando el listón de la lucha diaria con el hábitat. Tampoco puede afirmarse que el conocimiento científico sea el conocimiento más profundo que se puede tener de la realidad. No todos los conocimientos fundamentales de la persona le llegan por la vía científica. ¿Quién puede pensar que conoce mejor a su hijo por conocer su cadena de ADN?. Un espíritu objetivo reclamaría la prueba de paternidad, y tacharía de ingenuo al que no lo hiciera, pero hasta allí llegarían sus conocimientos.

Hay que recuperar el saber de una razón comprometida con la vida humana. Esto es la sabiduría, un conocimiento que nos hace mejorar, enriquecernos en cuanto a personas. El sabio sabe lo que debe hacer en cada momento de su vida y lucha por hacerlo. En este conocimiento intervienen todas las potencias y motivaciones, y es "escandalosamente" subjetivo.

Está más allá de la ciencia, de tal forma que todas las ciencias, por particular que sea su objeto, cooperan al saber. No deberíamos olvidar que todo programa educativo debería procurar también forjar personas sabias, por lo que desde este punto de vista, se hace patente que no sólo debe primar el criterio de cientificidad en los proyectos educativos. Todo saber que mejora al ser humano, lo hace mejor, y debe ser tenido en consideración. Veinte siglos de andadura, de suscitar personas ejemplares, parecen suficiente aval para que la religión esté presente en la educación de los seres humanos, que no dejan de ser seres trascendentes. No se puede tirar la llave que ha abierto y cerrado épocas, mirar por el ojo de la cerradura es mera curiosidad.