Altavoz de necedades

La evolución experimentada en los últimos años por los medios de comunicación, en todos sus formatos, ha abierto, de par en par, la puerta a la libre expresión de todos los usuarios/consumidores, sin excepción. Bien es cierto que, en los medios tradicionales editados en papel, es donde menos han proliferado los disparates.

Porque estamos asistiendo, a diario, al espectáculo bochornoso que nos brinda esa apertura incondicional a todo aquel que quiera opinar sobre cualquier tema, noticia o suceso. Causa vergüenza propia y ajena el trato que se da al lenguaje: la ortografía brilla por su ausencia, la gramática se desconoce y lo que aflora con virulencia, en demasiados casos, es la descalificación , el mal gusto y la escasa educación, en su más amplio espectro. Mostrar desacuerdo con lo que ha escrito o dicho otro es, generalmente, recurrir al insulto. La libertad de expresión está dejando un reguero de necedades nada desdeñable y hay miedo a poner coto: ¡ es la libertad de expresión, derecho inalienable! Pues sí, es un derecho inalienable, pero sería oportuno permitir ejercerlo, al menos en los medios, solamente a quien sabe hacer el uso correcto. Porque pensar distinto y expresarlo es legítimo. Derivar el desacuerdo al insulto y la descalificación ya es otro cantar.

Las televisiones ofrecen, con periodicidad machacona, tertulias de todo tipo, donde la violencia verbal es el método y la forma a seguir. Parece que un programa amable no vende y hay que recurrir al exabrupto y la algarabía para que el share no se resienta. La cuota es la cuota y hay que salvar los muebles sin importar cómo. Son pocos los programas amables digeribles y que despierten verdadero interés. Y no nos quedemos solo en las formas. Los contenidos son repetitivos hasta el empacho. El desgraciado crimen de Cuenca es el pan nuestro de cada día y lo que nos queda, si es que el más que presunto termina de llegar a España. Qué manera de gastar el tiempo dándole vueltas a lo mismo, sin aportar nada positivo.

Los medios de comunicación, que deberían velar por los valores humanos, por la cultura, por la convivencia? con demasiada frecuencia se convierten en altavoces de las necedades humanas. Cierto es que generalizar no es oportuno. Todos tienen algo bueno y algunos mucho. Pero todos, también, tienen su punto débil. Y caen en lo que se ha impuesto, como si fuera obligatorio. Ninguno quiere perder comba, por lo que se ve. Y no debería ser así. La convivencia exige límites, al menos para aquellos que no se los saben marcar por sí mismos. Y todos seríamos mejores y más tolerantes. Y la libertad de expresión no perdería su condición de derecho inalienable.