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La arena me envenena IV
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SENTIDO COMÚN

La arena me envenena IV

Actualizado 24/08/2015
Alejandro Vélez

Pequeña serie de desahogos agosteros, donde intentaré plasmar mi opinión sobre temas generales de la cuestión política. Temas y conceptos que tienen mucho más calado del que este insignificante ciudadano les dará, pero que creo interesantes. Son mis opini

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El verano da para mucho, cuando uno está entre suaves brisas y finas arenas pues le da por cubrir el tiempo entre lo mundano y lo espirituoso, hay tiempo para todo? Entre tintorro veraniego, rabas y vermut playero, el hueco para la reflexión también existe. Algo grácil, etéreo, que tampoco hay que necesidad de sobrecargar mis pocas neuronas sanas, pero no por ello menos importante para los tiempos políticos que corren. Hoy me ha dado por enarbolar el banderín del sentido común, ese que Gómez de la Serna o Voltaire decían que era el menos común de los sentidos, y que a mí me parece el más extendido genéticamente pero el menos aplicado efectivamente, sobre todo en la gestión de lo público.

A veces pienso que nuestros gobernantes, o aspirantes a ello, se les nubla esta facultad cognitiva para aplicar esa sensatez, oculta tras otro tipo de inquietudes más particulares y menos comunales. Una sensatez que debería de estar revestida e impregnada de una alta dosis de verdad y normalidad en las relaciones entre dirigentes, dirigentillos o diregentazos y los dirigidos.

Me apaga esa sensación que muchas veces tengo de que en vez de ver a un ciudadano, muchas veces sobrevalorado, yo lo fui, al servicio leal del conjunto me he encontrado y me encuentro con posiciones enrocadas donde ese sentido universal o corriente deja paso a un burdo ejercicio de supervivencia primitivo, neardental, donde el agua baila entre las migas de paloma e intentar que la corriente fluya a favor de butaca, nomina, puesto, modus vivendi, llámelo como quieran.

Creo que dar la espalda a esta capacidad de hacer fácil, profano y terrenal algo que nunca debió de dejar de serlo es propio de endiosamientos ridículos e incapacidades manifiestas que se esconden en un boato propio de otros tiempos y otras latitudes. La política española y charra requiere de más normalidad, de más comunidad. Todavía muchos son incapaces de darse cuenta que el sentido común del ciudadano se ha activado, la lucecita verde se ha encendido, y lo que hasta hace un tiempo daba igual o se guiaba por colores, ahora ha dado un paso más hacia no admitir más mediocridades, medias verdades o planteamientos electoralistas, que atentan contra ese sentido que unos siguen sin aplicar y otros valoran como nunca lo habían hecho.

Y me congratula ese despertar, a la vez que me apena esa indisposición para que ambas situaciones no casen. Pero si hay algo que es peor que no pulsar la realidad en toda su dimensión, es el intentar falsearla, maquillarla. Porque no solo se nota demasiado, sino que encima genera aún más rechazo, más animadversión electoral y demuestra una sombra genética preocupante y poco común sin sentido.

Las pruebas son concluyentes. Hace meses que los ciudadanos dieron una bofetada de realidad a partidos que vivían, y singuen viviendo, anclados en la promesa trilera, esa de primero te subo y después te congelo, y la política de polaroid, muy efectista para el famoseo pero de un indudable sedimento charanguero ahora nada rentable en la urna. Y me temo que la senda continua fluyendo en la misma dirección de pedir menos powers points y real points. Es necesario dejar de atentar contra el sentido común del ciudadano, dejar de tratarlo como si su capacidad de análisis fuera la de un berberecho y su competencia de evocación la de una anchoa, de Santoña eso sí, pero una anchoa al fin y al cabo.

Los ciudadanos merecemos algo más, exigimos este sentido de practicidad que parece poco usual en la solución inmediata de las distintas situaciones que hoy sufre nuestro país y nuestra ciudad, y que a veces parecen enquistadas por una inoperancia supina. Ese ejercicio de evitar circunloquios, retóricas y acometer lo elemental por la autopista de la efectividad que marca el interés común y no el de las posaderas individuales.

Mejor le iría a esta España nuestra, a esta Salamanca querida, si se le aplicara el buen sentido, el sentido justo de las cosas, de las acciones. Esa potencia intelectual para darle la vuelta a situaciones despóticas, intereses de salón y darle cromatismo a una plomiza realidad que me resisto a admitir.

Pero soy consciente que administrar normalidad, verdad y ordinariez política va estrechamente unida a los que manejan las varitas. En nuestro país la política es personalismo, individualismo gregario, y como te toque el del sin sentido, o el del sentido garbancil, pues ya puede uno encomendarse a San Expedito?. Es difícil encontrar a alguien la suficiente cantidad de sentido y escasez de egoísmo para dar un paso a un lado y ceder ante quien tiene esa conciencia universal más agudizada. La tendencia general es mantener el melonar principal y sanear el matojo con meloncetes del mismo tipo y así dar la sensación que se da respuesta a lo que el ciudadano quiere, cuando la realidad es que los melones y los meloncillos siguen igual de agrios.

Veremos si de una vez se aplica sentido y sensibilidad, realidad y verdad, a la gestión de lo que es de todos y no de unos pocos, están tardando. Que de una vez los ciudadanos tengamos la certeza de que ese sentido humano, tan primario como necesario, inunda sillones, moquetas, salones y despachos para ejecutar con determinación un futuro que nos merecemos, y que sin duda puede ser mejor y con más matices. Porque les digo una cosa, rectificar no solo es de sabios, es de un profundo sentido común.

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