, 23 de junio de 2024
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Gaudeamus Igitur
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Gaudeamus Igitur

Actualizado 24/08/2015
José Ramón Serrano Piedecasas

Salón de actos de alguna Facultad. Estrado ocupado por una larga y estrecha mesa cerrada por delante al ojo del público. Mesa precedida por cinco sillones tapizados en rojo borgoña. El del medio, ocupado por el del Sr. Presidente armado con un respaldo más trabajado y, sobre todo, más alto. A la derecha una discreta mesa y una ascética silla que ocupará el candidato. A la izquierda un atril por si alguien busca protagonismo. Delante de tal escenario una baranda abierta en el centro y soportada por balaustres de pino claro (orden jónico). Marcando territorios. De este lado, el tribunal presidido por una fotografía de nuestro siempre admirado monarca. Del otro el público. Filas y filas de butacas ocupadas por un escaso público. Familiares del opositor, cínicos compañeros y algunos sudamericanos aún deslumbrados por esos quinientos años de historia. De este lado cinco profesores doctores, en su centro el Sr. Presidente y en su extremo izquierdo el Sr. Secretario. Éste último se dirige a la puerta de acceso del salón de actos: "audiencia pública".

[Img #398726]El candidato avanza con timidez a ocupar su lugar. Echa una mirada sumisa al Tribunal ("Por favor no se porten muy mal conmigo"). El Sr. Presidente otea por encima de la estrecha mesa, de los micrófonos, de la original balaustrada, del escaso público, y concede la palabra al opositor. "Con la venia?" alcanza él a decir. Comienza a defender su curriculum. Lo que hizo. Lo que nunca hizo, pero parece que hizo. Los meses de estancia en alguna universidad alemana. Incluidas en ella muchas, pero muchas, fiestas de guardar. Lo que ha escrito y que a casi nadie ha interesado (salvo para la ANECA).

Dos miembros del tribunal siguen aburridos su discurso. Otro abstraído recapacita: "¿me abonarán la cuenta del taxi?" El de más allá, servil y cortito por todos los lados, mira sin mirar al público: "¡contemplad a un catedrático en funciones¡". El último, por fin, un salido impenitente: "¡aquella rubia del fondo está muy, pero muy bien¡". Entretanto el candidato sigue sin desmayo alabando su obra. Trata de cruzar su mirada con los despistados ojos de algún miembro. Si logra esa difícil conexión, enfatiza alguna de sus proezas impresas. El tribunal, entretanto, hojea las monografías y revistas dispersas. "¡No me ha citado¡" o "¡ha citado a ese impresentable¡". No obstante, también trabajan. Toman alguna nota: preparan su inmediata intervención (los meritorios) o rellenan el impreso de las dietas (los veteranos). Al fin, el candidato finaliza su larguísima disertación recordando emocionado: a su querido maestro, al tribunal por su sacrificada comparecencia y a sus (odiosos) compañeros de trabajo.

Acto seguido el Sr. Presidente concede la palabra al miembro más joven y así seguirá miembro tras miembro hasta llegar al suyo propio. Momentos estelares. Por definición, todos felicitan al opositor: uno, por su lúcida intervención; y dos, por su valentía al ocuparse de un tema de investigación tan difícil. Algunos acompañan ese introito con un "pero" resolutivo ("se va a enterar el capullo de tu maestro"). Otros, con un enfático peloteo "¡Oh¡ cómo se nota la sabia mano de su maestro" El maestro sentado en primera fila con cara circunspecta. Y, el resto, con un "no obstante" seguido de un discurso henchido de enjundia científica ("¡Cómo dije en esa publicación que parece no ha leído?¡"). El candidato anota en un folio (DINA-4) tan gratuitas intervenciones. "Agradezco su enorme interés", "tomaré en consideración unas observaciones tan oportunas", etc. Suenan las trompetas. El tribunal se retira a deliberar. Lo que es lo mismo, el público y candidato abandonan el salón de actos. En ese intermedio, los miembros se ratifican en los pactos previamente acordados. ¡Ojo con las traiciones de última hora!. Cinco a cero: todos colegas; tres a dos: miradas aviesas. "Audiencia pública", vocifera el Sr. Secretario. "Este tribunal ha acordado?..". Felicitaciones o rápidas huidas.

Los miembros del tribunal y el pagador candidato se reúnen a cenar. El ágape se inicia con unos entremeses variados. Las gambas se alternan con el jaboncillo aplicado a la sudada epidermis del nuevo compañero de armas. El justo y necesario para guardar formas y el suficiente para que el agasajado no se suba a la parra. El consomé propicia la jovialidad y el intercambio de novedades propias de curtidos funcionarios. Bombarderos de papel sobrevuelan la redonda mesa. Entretanto el candidato, aún transpuesto, se empeña en un sesudo diálogo con algún vecino de mesa. Complaciente y paternal aquél, hastiado en sumo grado, le permite ese desliz de novato. Cuando llega el solomillo cambia el escenario. El Sr. Presidente se adueña de la palabra ¿Cómo? Alza su voz tonante. Punto y aparte. No es necesario, el golpear con la cucharilla el vaso del agua. La faena de aliño se inicia con las consabidas felicitaciones y rápidamente se entra a matar. Es decir, se pone a escurrir a los enemigos de la "escuela" que son muchos. ¡Pobre del compareciente que hubiere dado una pizca de pan o vaso de agua a alguno de ellos¡ Hacia él tornará sus ojos, un tanto desorbitados. Regocijo general. El aludido, entretanto, se afana con el bistec. Estoicamente. Los demás se guiñan el ojo y sonríen alborozados. El más tonto de entre ellos, se moja, se indigna, aporta nuevos datos. En resumidas cuentas, echa más leña al fuego. Y así, la voz tonante y socarrona llega hasta las natillas. En el ambiente flota un rastro de rencor inextinguible. No obstante, poco a poco, la inquina cede el paso a la autocomplacencia. El inmenso Sr. Presidente confía a los asistentes, camareros incluidos, sus últimas proezas académicas, los exóticos idiomas que a la perfección habla y escribe, premios, distinciones, y homenajes otorgados, éxitos editoriales, etcétera. El personal no encuentra acomodo en sus asientos. Ojos vidriosos y alguna que otra sudoración perla las pacientes frentes. Panegírico escuchado por enésima vez. Dirigido a si mismo sin el menor pudor. Por fin se escancian los bajativos, cafés y poleos mentas. Más que beber los oyentes abrevan y todos repuestos de tanta emoción alcanzan la tercera fase. A saber: el Sr. Presidente pasa a enumerar sus otras proezas, las amatorias. Diversión garantizada. Puro surrealismo. ¡Hay que ver al galán¡

La comitiva se traslada a un drinking local donde esperan al resto de las fuerzas docentes e investigadoras. Para los que llegan y para los que allí están, inmejorable ocasión de aplicar sus conocimientos tácticos y estratégicos. Todos ellos resumibles en dos: a) hacerse visibles y b) ser distinguidos con alguna ventaja, gaje, enchufe o beneficio. Así pues, manos a la obra. Con rapidez se establecen corrillos cuyo número de integrantes indica el poder conferido por los ciudadanos a cada uno de los miembros del Tribunal. El del Sr. Presidente muy nutrido. El que corresponde al miembro más joven (o ya jubilado) itinerante. El candidato ya se ha ido. El miembro custodio del fuego eterno, ya se ha ido. Algún otro ha quedado con alguna y con discreción abandona. El Presidente trata de encontrar refugio y descanso entre los brazos de una doctoranda sin el menor éxito. En suma, se va al hotel acompañado por dos o tres becarios. Al final queda un grupito

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