En casi todas las escenas familiares de estos días navideños se ha infiltrado un invitado peligroso: el WhatsApp. Es difícil encontrarse con algún amigo o conocido cuyas escenas familiares no hayan sido sorprendidas por un mensaje, una fotografía o un vídeo curioso que le ha obligado inesperadamente a dejar la conversación y atender al móvil. Sin apenas darnos cuenta se ha convertido en un peligroso invitado que reclama de forma permanente nuestra atención, disminuye la intensidad en los diálogos y dispersa atención a los interlocutores. Y lo más grave del caso es que los médicos ya han detectado una enfermedad nueva: apnea de WhatsApp. Ya hay ciudadanos cuyos niveles de ansiedad se disparan cuando no pueden consultar de manera periódica y compulsiva los infoenvíos. Esto es solo el comienzo de una civilización nueva que se anuncia con el año nuevo: una civilización infoadicta.
Parece ser que la atención al whatsapp tiene efectos distractores que aconsejan su prohibición en determinadas profesiones. Aunque con la llegada de las nuevas tecnologías hemos comprobado que podemos ser ciudadanos multitarea, no podemos olvidar nuestra naturaleza vulnerable, incluso ante las nuevas tecnologías. El uso del whatsapp incrementa el estrés, reduce la productividad y corre el peligro de convertirse en una adicción. No será fácil restringir o regular su uso porque también puede llegar a ser una espléndida herramienta de trabajo. En algún momento, esta civilización infoadicta tendrá que plantearse una sana desconexión para promover cierta info-responsabilidad.
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