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La Mata de Ledesma
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Paisajes y paisanaje de la provincia

La Mata de Ledesma

Actualizado 18/08/2015
Jaqueline Alencar

Recorrido vital por sus campos, calles y gentes (Por Jaqueline Alencar)

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Así como recorremos muchas veces las carreteras que conducen a Béjar, a Ávila, a la Sierra de Francia, Ciudad Rodrigo o cualquier lugar que nos lleva a bellos puntos de nuestra provincia, también cada año vamos a La Mata de Ledesma. El recorrido desde Salamanca no es muy largo, pero mentalmente lo eternizas para grabar nombres enclavados por el camino, como Golpejas, Villarmayor, Vitigudino, Carrascal de Pericalvo, Parada de Arriba, Carrascal de Barregas, que los vas anotando para poder degustarlos un verano cualquiera.

Siempre digo que en cada estación, en cada año que pasa, los ropajes del paisaje mudan para que no caigamos en la rutina. Y te maravillas ante tanta perfección. Y deleitas la vista con la belleza del paisaje castellano, con sus campos dorados, rebaños de ovejas trasquiladas, girasoles... montañas de pacas que aseguran sustento para el invierno; moras de temporada que te hacen soñar con las mermeladas que degustaremos en las frías mañanas del invierno.

Y mientras estás embelesado ante este cuadro estival, recuerdo una frase del libro que leí hace varios veranos: "Ecología y cambio climático. Una reflexión cristiana" (Publicaciones Andamio), de Miguel J. Wickham Redman y Pablo T. Wickham Ferrier, dos escritores que abordan el tema de la responsabilidad cristiana sobre la Creación de Dios en relación con la crisis ecológica actual. Y que nos instan a adoptar "un estilo de vida coherente con la enseñanza bíblica respecto a la vocación humana de cuidar la Creación de Dios...". Donde también nos desafían a saber administrar, cuidar, disfrutar de todo lo creado, ya que una mala administración de la tierra trae consecuencias devastadoras en todos los tiempos. Ya lo decía Jeremías, quien vivió en una época de crisis material y espiritual: "Judá está de luto y sus ciudades desfallecen;/ hay lamento en el país... El suelo está agrietado,/ porque no llueve en el país. Avergonzados están los campesinos, cubriéndose la cabeza./ Aun las ciervas, en el campo,/ abandonan a sus crías por falta de pastos./ Parados sobre las lomas desiertas, / y con los ojos desfallecientes, / los asnos salvajes jadean como chacales / porque ya no tienen hierba".

Por ello, cuando vemos y valoramos lo que tenemos, la belleza y productividad de nuestros campos, los frutos que brotan de ellos, no podemos dejar de estar agradecidos por lo que resta después de los expolios sufridos, y nos sentimos impelidos a guardar celosamente este remanente.

La tierra gime por ser rescatada, gime la Sierra de Gata adolorida todavía por las llamas inmisericordes, fruto de la sinrazón del hombre. Siguen los vertidos tóxicos en las aguas, las guerras por el oro negro, las talas y quemas de bosques... Continúa la ignorancia, la codicia...

Y llegamos a La Mata de Ledesma, un pueblecito típico de Salamanca, con sus casitas de piedra, su plaza con una pequeña fuente, flores en los ventanales. Caminas y por las calles te encuentras con árboles de peras, manzanas, higos... Y recordamos los versos de los Salmos: Haces que crezca la hierba para el ganado,/ y las plantas que la gente cultiva/ para sacar de la tierra su alimento:/ el vino que alegra el corazón,/ el aceite que hace brillar el rostro,/ y el pan que sustenta la vida./ ... Allí las aves hacen sus nidos;/ en los cipreses tienen su hogar las cigüeñas...".

Y los que llegamos de visita añadimos más versos que cuentan de lo grato que es ser recibidos cariñosamente por Manuel y Andrea, un matrimonio cristiano llegado desde Perú, que gustan abrir las puertas de su casa para compartir los frutos de la tierra. Allí llegamos Alfredo, Patricia, Ronald, Charo, José Alfredo, Tomás, Paula y su esposo... como cada año, por esta época de girasoles. Alrededor de una mesa se entreteje un caluroso diálogo que mitiga la nostalgia de otros lares. Luego toca la caminata por las afueras del pueblo, por donde deambulan los habitantes que llegan de las grandes ciudades para gozar de la tranquilidad de este apacible lugar. Solo de visita, pues los que no se dedican a las actividades agrícolas, marchan en busca de nuevas oportunidades. Así me lo cuenta una vecina con la que entablamos una cordial charla. En otro tramo de la caminata nos encontramos con Alipio, un hombre mayor que vive en una caravana, donde no faltan los libros; visitarla queda como asignatura pendiente. Antes, cojo unas cuantas moras como parte del ritual de esta estación tan exquisita. Me llevo una espinilla en el dedo, como trofeo.

Toca volver a la ciudad, y nuevamente iniciamos el recorrido, repasando el paisaje; despidiéndonos de las espigas, las pacas, las encinas, las ovejas trasquiladas... ya pergeñando un nuevo encuentro para el próximo verano.

Jacqueline Alencar

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