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La arena me envenena III EDUCACIÓN
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La arena me envenena III EDUCACIÓN

Actualizado 17/08/2015
Alejandro Vélez

Pequeña serie de desahogos agosteros, donde intentaré plasmar mi opinión sobre temas generales de la cuestión política. Temas y conceptos que tienen mucho más calado del que este insignificante ciudadano les dará, pero que creo interesantes. Son mis opini

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En estos últimos días donde el calor asfixiante ha dado un respiro a nuestros maltrechos cuerpos veraniegos, mis obtusas neuronas han caído en la revisión de un tema que desde hace mucho tiempo me preocupa por ser fundamental y determinante en el rumbo de un país y la calidad de su futuro: La educación. Tan vilipendiada ella, tan utilizada y tan modificada en las últimas décadas.

Soy un digno hijo de la EGB, el BUP y el COU, y en mi época universitaria llegué a conocer hasta tres planes distintos de la misma carrera, aunque no los cursé, con dos me bastó. Y creo que ha habido alguno más desde entonces. Así que más allá de mi experiencia tengo la sensación de que el sistema ha degenerado, así a lo crudo. No sé si es una visión algo cebolletil del tema, que también puede ser, pero la impresión no me la quita nadie.

En mi período de estudiante siempre había una cuestión que, por comparación, por puro empirismo, me hacía pensar que algo no se estaba haciendo bien en materia de formación. Recuerdo una conversación con una norteamericana sorprendida del mal nivel con el que se hablaba la lengua de Shakespeare en España, era mi primer año de universidad, y cuando le expliqué que aquí por defecto se estudiaba inglés durante tres años en EGB, y otros cuatro si se estudiaba BUP y COU, la yanqui se hacía cruces. Ella llegaba de Houston tras año y medio de español hablándolo con cierta fluidez, chicana, pero fluidez al fin y al cabo.

Curioso fue lo que me ocurrió en el último curso del colegio, ese de la orientación universitaria, cuando llega a mi clase un alumno nuevo procedente de las tierras del caloret. El buen hombre llegaba a Salamanca quemando su último cartucho, con cierta desesperación. Su abuela procedía de la provincia y aterrizó en los escolapios tras dos repeticiones de curso en su Valencia natal, la causa era el valenciano. Y no me refiero a un señor de gusto por la horchata de chufa , los petardeos matutinos, y el che, nano o tete, no. Que al chaval se le atragantaba la lengua cooficial de su comunidad, cosas que pasan. Y allí lo tenía yo, tres pupitres más adelante, a 600 kilómetros de su casa y con un alivio planetario considerable.

Ya he escrito alguna que otra vez que España necesita recetas comunes, troncalidad en varias cuestiones, y la formación de nuestros hijos, nietos y demás prole es uno de esos asuntos. El primer intento unificador educativo, y de rima fácil, fue la Ley Moyano de finales del siglo XIX. Con ella se intentó abordar el alfabetismo de una sociedad convulsa, y me atrevería a decir que casi desde entonces llevamos años de retraso, de peleas, de reeducaciones, de parches. Dejando pasar miserablemente la oportunidad de fortalecer con equidad y racionalidad un sistema educativo demasiado expuesto a los vaivenes políticos.

Porque la educación española tienen una carcoma, la política de unos y otros y de otros y unos, que lleva años horadando el sistema y desestabilizando algo que debe de ser vertebrador en cualquier país que se precie. Pienso que la única inclusión de las poltronas en este tema debe de ser para impulsar con las filas prietas una educación moderna, efectiva y de excelencia real. Despolitizar la educación por dentro y por fuera debe de ser una prioridad. Porque esta carcoma es bidireccional, de fuera hacia dentro y de dentro hacia fuera. Pero a ver quién es el guapo que le pone el cascabel al gato? Imagino que alguien que le de más valor al deber que a los ceros de la nómina o a la extensión de la agenda telefónica.

Recuerdo hace tiempo cuando ejercía labores de representación en el ayuntamiento capitalino, que me tocó recibir a un grupo de estudiantes de postgrado españoles y extranjeros venidos de una universidad privada que se estaban formando en cuestiones de administración pública, política y liderazgos, ahí queda eso... Y tras las típicas y tópicas palabras de bienvenida, acogimiento, y un quítame aquí este cuadro y un ponme allá ese balcón, me puse a su disposición para charlar un rato con ellos. Y sin casi acabar la frase uno de los presentes me inquirió en voz alta sobre mi opinión de la educación en España. Los treinta alumnos me miraban con ojos de gacela, que diría el otro. En aquella época no había o no estaba tan extendido el momento emoticono, pero yo podría haber sido perfectamente en ese momento una cara amarilla con los ojos como platos o una bailarina flamenca ?

Tenía varias opciones, la primera tirar de manual y atizar sin piedad a Zapatero, otra que era ensalzar el sistema y a Salamanca como cuna del saber, pero opté por decir lo que pensaba y es que la educación era uno de los problemas fundamentales de nuestro país. Que no se podía estar cambiando de sistema cada dos por tres dependiendo quien gobierne, y que las universidades no eran frontones, ni piscinas, que había que tener si o si una en cada ciudad o en cada pueblo. Finalicé diciendo que era necesario un pacto de estado fuerte y robusto en la materia. Lo pensaba y lo sigo pensando.

No puede haber un país con un nivel de cordura aceptable que tenga diecisiete educaciones, ni que la calidad ni los contenidos de ellas dependan del lugar de nacimiento. Es una verdadera locura que en rincones de España se priorice en localismos por encima de generalismos comunes. Y hasta para dos artículos como este me daría el tema de una universidad española con cierta esquizofrenia, mal planteada y mal implantada. Incapaz de sacudirse ese preocupante barniz histórico de opacidad caciquil en una institución pública cuyos miembros, hay que recordar, son funcionarios públicos y gestionan recursos públicos.

Abogo por una educación pública universal, gratuita, común, de calidad, libre de adoctrinamientos y que sea el motor de esta España nuestra tan necesitada de empuje y de velocidad. Que la FP sea un camino de especialización real, prestigiado, con recursos y adaptado a las demandas empresariales y no un atajo. Quiero una educación privada que lo sea de verdad, que esté sujeta exclusivamente a los balances económicos y a la ley de la oferta y la demanda. Y que en la universidad no solo forme, también investigue siendo capaz de firmar proyectos reales, aplicables y vendibles. Y por supuesto donde estén los mejores independientemente del apellido, la filiación o carnets de cualquier tipo.

España necesita más y mejor educación en el sentido severo de la palabra. Dentro y fuera de las aulas. Pero no todo debe de ser malo aunque si manifiestamente mejorable, fíjense el potencial que tenemos como país que a pesar de leyes, planes y demás tenemos grandes mentes y un alto nivel de titulación, no sé si de formación... Porque a pesar de todo no hay nada como la voluntad de uno y la vocación de transmisión de otros.

"El objetivo primordial de la educación es crear personas capaces de hacer cosas nuevas, y no simplemente repetir lo que otras generaciones hicieron", Jean Piaget.

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