Torquemada

Leo un comentario de una internauta adicta a un periódico digital cuyo nombre omito. "Un momento, por favor ¿o sea que usted lee ese periódico?" Le respondo: "en efecto, leo ese y otros muchos. Pero ese, ese lo leo con frecuencia. Sabe usted, me ilustra, me pone, me esclarece. Incluso, como es el caso, copio en una libreta algunas expresiones vertidas por algunos periodistas henchidos de rencorosa ironía o comentarios de lectores anónimos ¡Todos ellos, impagables¡".

El caso es, como les decía, que un tal José Antonio, de profesión clérigo, en su escrito se desmelenó henchido de ira. A propósito de qué, no recuerdo, no lo apunté en mi libreta. En todo caso carece de la menor importancia. Una lectora que se presenta como "La hija de Dios" comenta al respecto: "Don José Antonio en esta generación nos tocó luchar contra los demonios, contra el mismo satanás, éste se ha levantado contra la iglesia de Dios, pero no vencerá al Rey de Reyes" A lo que, sin duda conmovido, el autor tratando de consolar a "La hija de Dios" responde: " ¡Oh no, no vencerá hija mía¡ Será aplastada la cabeza del áspid con el talón de hierro de la fe, traspasada su carne con la espada de la esperanza y sus restos quemados en el fuego caritativo y así, sus almas despojadas de la ignominia carnal ascenderán al purgatorio y de allí al seno del Señor. Hija dilecta los tiempos anuncian hogueras e inquisiciones para tanto ateo, masón y comunista."

No, no me estoy inventando nada. Lo he leído y lo he trascrito a mi famosa libreta y hoy hago uso de esa anotación. No deseo hablar de la utilización que hace ese señor de las llamadas virtudes teologales por él convertidas en talones de hierro, espadas y hogueras. Menos aún de las razones que, a su juicio, justifican tales procedimientos. Sí, en cambio, deseo compartir con los lectores el asombro que produce comprobar como perduran en muchas mentes escenarios, relatos y emociones propios de una época lejanísima. Torquemada no habría expresado de manera tan sucinta la bondad de un "auto de fe":

El cuerpo perece en la hoguera, si bien el alma, ya purificada, asciende al purgatorio, antesala del cielo. Preciso, lo menos es que esa manera de pensar evoque tiempos pretéritos; lo más es que se siga hoy invocando procedimientos tan inhumanos (y necios). Permítanme hacer un pelo de demagogia. Antaño se "inquisitoriaba" a los marranos judaizantes, a brujos o brujas y a algún que otro científico; hoy a los moros, sudacas, negros o amarillos y demás pobres de solemnidad. Entonces el relato se armaba en torno a la "fe" y hoy entorno al saldo de una cuenta corriente o existencia o no de un carnet de identidad. En fin, lo curioso es que aún pervivan y se usen aquellos relatos para justificar el castigo de los que, estamos, en contra de este, actualísimo, sistema inhumano (y necio).