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Removiendo añoranzas
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Removiendo añoranzas

Actualizado 14/08/2015
Eutimio Cuesta

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Saludaba yo a mi amigo Juan sacristán, cuando veo merodear por las calles del barrio de Santa Ana a mi amigo Antonio García Perete. Jugaba al recuerdo, y la nostalgia le llevaba al umbral de las casas de sus abuelos, de sus padres y de sus tíos. Por un momento, se sintió como un rapaz, que llamaba a la puerta en busca de la castaña pilonga que la abuela guardaba en la faltriquera. Se acercó a saludarme y me explicó que su venida se debía al alistamiento de la promoción de quintos del 60, y hacía tiempo para la hora de la cita en la plaza Mayor.

Este muchacho es hermano mío por poderes, pues mi padre se casó con su madre por poderes, porque su padre andaba en la guerra. Y este señor es uno más de los cientos de macoteranos de gran valía que tenemos distribuidos por el mundo; además de ser catedrático de la Universidad Pontificia de Salamanca, ha ocupado cargos de responsabilidad como el de vicerrector y bibliotecario, y goza de gran prestigio entre el profesorado de la Universidad. No se da importancia; viene a Macotera y convive y dialoga con todo mundo, y se manifiesta como uno más, con la sencillez y naturalidad de una persona, que no vive de halago, sino de la seriedad de su trabajo.

Esta iniciativa de juntarse los colegas, que vieron el mundo por primera vez en el mismo año, asistieron a la misma escuela, jugaron a los mismos juegos e hicieron las mismas travesuras, me resulta muy loable y plausible. Es la oportunidad de volverse a encontrar tras largas ausencias y distancias, y rememorar tantas cosas y vivencias pasadas, que nos rejuvenecen y nos retrotraen a épocas entrañables, que nos chapuzan, confortan y nos llenan de felicidad y contento.

La jornada se inició con la santa misa, que compartieron con los mozos de los 50. Y siguió con los vinos y con los recuerdos, y con la comida y más recuerdos y con el baile en la plaza y más recuerdos. Yo creo que no dejaron nada en la trastera estos muchachos de los 60, que, aunque algunos son abuelos, se conservan y se mantienen con lozanía. Se acabó el festejo a las tantas. La despedida fue la rúbrica de una amistad entre ellos imperecedera.

Y me llevé una sorpresa. Tuve que volverme a casa y mirarme en el espejo. Me percaté de que no tenía pelo y las cuatro greñas que me quedan, teñidas de blanco. ¿Es posible que aquellos muchachos, que hace unos años, ocupaban los pupitres de mi escuela, hoy ya sean padres de familia y cuenten 50 años de vida? El tiempo no hace más que traernos cosas sorprendentes, difíciles de digerir, pero que no tenemos más remedio que asimilar. Estos chaveas se me hacen mayores y me alegro que se hagan hombres con toda la seriedad, pero me fastidia que cada día me hagan más viejo, más carca y más atestoso.

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