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Ardió Gata
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Ardió Gata

Actualizado 12/08/2015
José Luis Zarza

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Ardió Gata y piden a la población ayuda para poder localizar al culpable de tal incendio, pues todos coinciden en que ha sido provocado intencionalmente. Creo que no. Conozco a los habitantes de la Sierra de Gata y estoy plenamente convencido que no ha existido una mano intencionada que haya producido tal desastre, a lo sumo, podría admitir una cierta negligencia de algún lugareño en la quema de una roza cuando hubiera limpiado alguna de sus fincas, sin intención de producir el incendio aunque con mucha negligencia. En su defensa decir que esto se ha hecho siempre en la sierra; bueno, se hacía, porque ahora ya existe una sensibilidad respecto al peligro que supone la roza y quema de las zarzas y arbustos que invaden las fincas; también gracias al esfuerzo y vigilancia de los Agentes Forestales.

Es conocido el dicho de que los incendios se apagan en invierno. Pero si quieren saber las causas de por qué se quema el monte habrá que buscarlas en nuestro pasado inmediato.

En otoño se subía al monte para "recoger la hoja" y hacer con ella la cama con que se cubría el piso de la cuadra donde se guardaba el ganado, esa cama después de un año se sacaba y constituida el estiércol o abono orgánico que servía en el campo. Pues bien, ya no hay ganado en las sierras al servicio del ciudadano pues ha sido sustituido por tractores, furgonetas y distintas máquinas que hacen la labor que antes le estaba encomendada a los mulos, bueyes, caballos, asnos, etc., por lo que no se recoge la hoja y ésta queda abandonada en el monte.

En cada pueblo existía un cabrero que recogía por la mañana las cabras de los vecinos y las llevaba a pastar al monte, por la noche bajaba y las cabras iban solas a sus correspondientes corrales, donde eran ordeñadas para, a la mañana siguiente iniciar un nuevo ciclo. No hay cabras, por lo que ya no se comen los matorrales que van naciendo en el monte, los cuales se secan y quedan allí para servir de combustible a cualquier pequeño incendio.

Los pueblos de sierra tenían como una de sus mayores riquezas la fruta que recogían y se llevaban en banastos o banastas, dependiendo del tamaño, a la ciudad donde eran vendidas en los mercados correspondientes. Estos banastos se forraban con helechos verdes que se recogían en el monte y que servían para mantener y amortiguar la fruta durante el transporte que, logicamente, se hacía con caballerias. Ya no se hace así y los helechos crecen abundantemente en el monte donde se secan y allí quedan, esperando un posible incendio.

Pero lo peor de todo, lo más doloroso y lo más estúpido ha sido la repoblación forestal sin ningún estudio que determinara que especies botánicas deberían introducirse en las sierras, y son muchas: robles, castaños, acebos, encinas, alcornoques, acebuches, enebros? y un largo etcétera que haría prolija su enumeración.

Pues no, se plantaron eucaliptos y pinos mediterráneos. Los eucaliptos no se adaptaron bien al ecosistema y prácticamente han desaparecido, no sin antes haber hecho estragos en aquellos lugares donde fueron plantados; pero los pinos siguen creciendo cada vez más y ya forman parte del paisaje de nuestras sierras, hasta el punto que son los mismo vecinos los que los plantan por su rapidez en el crecimiento y su rentabilidad. Esos pinos son una auténtica bomba retardada en nuestros montes y hacen que los incendios se extiendan con suma rapidez y tengan la gravedad que estamos observando.

El fuego se previene en invierno limpiando los montes y con un coste infinitamente inferior al que supone la devastación de un incendio grave, y la reforestación de la tierra quemada debería realizarse con variedades autóctonas desechando cualquier otra veleidad.

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