(De mi novela "De herencias y magnates", Premio Marco Fabio Quintiliano 2006. Dibujo: http://roseramills.com/2012/09/10)
"La última prueba de selección del puesto consistía en una entrevista personal con Senén Torrequebrada, prueba a la que yo me presenté con diez o doce minutos de antelación. Amparo me hizo pasar al antedespacho, una salita acogedora amueblada con piezas de exquisita calidad hasta el último detalle, y me indicó que tomara asiento en una butaca tapizada en color calabaza cuyo sólo recuerdo me produce cosquilleos. Justo al lado de donde yo estaba sentado colgaba el tirador de una cortina. Ella se acercó a enrollarla y aprisionó con su muslo mi mano izquierda, que descansaba en el brazo de la butaca. Como es infrecuente que las mujeres jóvenes vistan falda, medias transparentes y calzado de tacón alto, la visión de unas piernas bien torneadas me resulta particularmente excitante. Y como, encima, aquella escultura se me ofrecía a escasos centímetros de mis narices y en tan sugerente tesitura, reaccioné casi inconscientemente llevando mi otra mano a su trasero mientras musitaba una justificación contradictoria.
?Me ha pillado la mano, señorita.
?Disculpe ?sonrió ella con un mohín de pretendido azoramiento pero que me enviaba una señal inequívoca de invitación.
El caso es que yo no retiré la mano de su retaguardia; al contrario, presioné sin encontrar resistencia su glúteo firme y amelocotonado que enseguida hizo juego con la calabaza del asiento. Fue un polvo rápido pero muy gratificante. Todavía se estaba estirando ella la falda cuando asomó por la puerta el patrón en persona interesándose por mi visita. Nunca supe si en aquel momento Torrequebrada sospechó lo que acababa de ocurrir. Lo que sí descubrí mucho tiempo después, a raíz de su fallecimiento, fue que aquella fulminante conquista que colmó el depósito de mi ego no fue fruto de mi irresistible atractivo para el sexo femenino sino de la necesidad por parte de la mujer de desfogar la tensión libidinosa que acababa de acumular en uno de sus encuentros íntimos con el mandamás. Don Senén se había esmerado esa mañana en el cunnilingus, pero la dejó insatisfecha; o sea, que cuando me recibió estaba caliente como una perra en celo."
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