A vueltas con las orillas del Tormes y el cemento

Hay pueblos que aman la naturaleza. A otros le es indiferente y hay algunos pocos pueblos que parecen odiarla; entre estos últimos están los que han trabajado duramente en el campo durante su vida; muchos de ellos terminan asociando el campo y la naturaleza con el duro esfuerzo de trabajar las tierras o los montes.

Pero hay otras personas que sin tener un origen rural odian la naturaleza y adoran el cemento. Son gentes a los que la belleza de las flores, los árboles, las aguas de un río o las aves del cielo les dejan "frescos". Prefieren las excavadoras, las superficies cementadas, los edificios modernos y de precios altos. No dejan espacio para que un niño explore rincones no diseñados, para que su madre le mande "¡por ahí no te metas!"

Son dos humanidades incompatibles. En Salamanca René Claire hoy día no habría podido rodar "La comida sobre la hierba". En aquellos tiempos en los que la filmó sí había orillas del Tormes; ya apenas hay orillas con hierba y vegetación. Los que se han encargado de que no crezca, prefieren el cemento o trocitos de césped artificial, bancos para nadie y auditorios de piedra para el día de la celebración.

En primavera la luz y el aire lleno de vida hacen ver las destrucciones y chapuzas urbanizadoras del campo con más claridad. Últimamente el Tormes, que siempre ha sido un río "serio", generoso de aguas, protector de la ciudad, se está convirtiendo, a pasos agigantados, en un riachuelo con pocas aguas. ¿Tanta sequía hay? ¿Nos quedaremos sin río en unos años? ¿Por una parte limpiamos el puente de Enrique Estevan y por otra ensuciamos las aguas del río hasta el punto de que cada vez hay menos aves y peces en él y lo ajardinamos con tontunas?

El agua del Tormes podría ser un agua limpia; con muy poco esfuerzo se conseguiría. El aire también. Hasta hace un mes nunca el recién llegado había visto la "boina negra" de la contaminación sobre Salamanca; ya se puede ver, en cuanto hay un par de semanas sin lluvias ni viento.

Lo esencial para la vida, el agua, el aire, el silencio, lo despreciamos y llenamos nuestros alrededores de ruidos, plásticos y paseos de cemento.

Como dice el vecino "que no lleguen los recortes a la naturaleza, que la pobre no ha hecho nada malo", ni ha malgastado en el pasado.