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¿Catalunya?, ¿libre?
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¿Catalunya?, ¿libre?

Actualizado 31/07/2015
Luis Miguel Santos Unamuno

Perdonando. Por la incoherencia de escribir las dos palabras del título de este artículo en diferentes idiomas, quiero decir. Si escribo libre debí escribir Cataluña (también es verdaderamente diabólico que sea la única comunidad con la dichosa eñe en su nombre) pero prefiero no herir susceptibilidades ni prefigurar su contenido. Si ho hagués escrit en català hauria posat Catalunya i lliure pero siendo bueno mi catalán a nivel oral, no me atrevo a tanto. Y planteo ambos términos como preguntas porque cuestiono su definición.

Empecemos por el primero. Claro está que si Catalunya (¿no dijo un anterior prócer, refiriéndose a España eso sí, que era un concepto discutido y discutible?) fuera un concepto perfectamente definido pues apaga y vámonos, el problema se habría resuelto con menos dificultad aún que el de la separación de Checoslovaquia que existió como estado unos 70 años: un par de declaraciones parlamentarias una vez que se habían ido los rusos, un recorte de fronteras, un pueblo pasado para este lado de la raya, otro pueblo para el otro, acuerdos sobre el uso del checo y el eslovaco de manera oficial, el espinoso tema de la doble nacionalidad (¡ay!) y ya está. Ahora ambos están en la Unión Europea. Pero me temo que aquí simplificar no ayuda. Porque Chequia y Eslovaquia, que habían sido unido de aquella manera tras la Gran Guerra, eran conjuntos disjuntos o casi, quiero decir. Hablo de aquellos conjuntos que aparecieron en alguna de las reformas educativas para luego desaparecer y que, a pesar de ser denostados, eran una fabulosa puerta de entrada al pensamiento lógico y luego científico. Aquellos que se definían por las propiedades de sus elementos y que se representaban con los clarividentes Diagramas de Venn. Si tenían esa propiedad común que definía el conjunto estaban dentro del círculo, si no, en su complementario. Se aprendía mucho de la unión y la intersección, las puertas del álgebra. El conjunto vacío siempre me fascinó. Y no se crean, en su aparente sencillez de manejo se escondía una potente teoría que trajo de cabeza a matemáticos como Bertrand Russell. Curiosamente uno de los filósofos que mejor pensó sobre la libertad, y que me perdonen los filósofos si cometo alguna incorrección. Le dieron el Nobel de Literatura pero pudieron darle tres o cuatro más. Mejor nos iría si gente como él presidiera nuestros gobiernos.

Y es que las simplificaciones pueden ser buenas para hacer más comprensible la complejidad o para operar con ella pero así como son muy útiles en las matemáticas no estoy tan seguro de que se puedan emplear en fenómenos sociales sin hacerlos perder totalmente su sentido. Así, en el cole nos enseñaban a operar con quebrados (me encanta el nombre) y entre otras cosas se realizaba la famosa simplificación de fracciones que consistía, y que me perdonen los matemáticos si cometo algún error, en convertirla en otra equivalente más sencilla hasta llegar a una irreducible. Para ello se eliminaban los factores comunes, qué bella metáfora, que compartían numerador y denominador hasta que, en ambos términos quedaran dos números que, se decía, eran primos entre sí. Y dicen que las mates son frías.

Este préstamo matemático parece calcar la realidad nacionalista los últimos años. Al oír la palabra irreducible uno no puede dejar de pensar en la aldea gala de Asterix sitiada por los romanos. Pero la realidad no se deja simplificar como las fracciones. O sí se deja, mejor dicho, y así lo hacen algunos interesados aunque para ello haya que eliminar factores comunes y crear mitos primigenios con lo que se acaba hablando de otra realidad. ¡Caray!, dile tú a un independentista que no iría contigo ni a la esquina que en realidad sois primos hermanos.

Demasiado seguros estamos de saber lo que es o no es Catalunya, España, Europa. Demasiados egos generacionales seguros de vivir en momentos históricos, en momentos interesantes de esos que el proverbio chino aconseja evitar. Demasiado seguros parecemos de que ahora, por fin, se ordenará el mundo como tiene que ser, como tenía que ser, que ahora por fin se hará justicia. Que se lo pregunten a los exiliados sirios. Demasiados egos, demasiada soberbia, apenas estamos quince minutos de la historia (tirando por alto) en este mundo y nos creemos con derecho a saber qué pensaron nuestros tatarabuelos. Poco respeto por los que vivían aquí antes, en el siglo XV, en el XVI. Nos escandalizamos cuando ejércitos comandados por visionarios que creen tener razón deciden reponer la historia a su lugar original y para ello destruyen estatuas de Buda milenarias erigidas por sus antepasados, ciudades patrimonio de la Humanidad. Me pregunto cuanta cultura catalana desarrollada en castellano no ha podido ver la luz en estos últimos 30 años. Poco respeto por los que vendrán después que heredarán lo que les dejemos ("nuestros padres mintieron, eso es todo", en versos de Juaristi), cementerios nucleares, desiertos, enemistades.

Pero vayamos con la segunda parte, también planteada como pregunta, también mal definida, que es la más interesante. Cuando alguien que dice saber de humillaciones te señala con el dedo y te grita ¡Libertad! te está definiendo como tirano y el conflicto está servido, los sentimientos darán paso a los resentimientos. Vaya, me salió la vena unamuniana. Libertad, ¡oh!, maltratada palabra. Empezaré por mí mismo. No soy libre, no me siento libre, no sé si puedo serlo, si quiero serlo. Porque perdemos libertad cada vez que queremos o no nos queda más remedio que involucrarnos en colectivos de personas. En cuanto nos enamoramos y formamos pareja, en cuanto nos incorporamos a una comunidad de vecinos (¡vade retro!), en cuanto entramos en un bar o accedemos a un entorno laboral perdemos lo que se dirían grados de libertad, concepto capital para entender la física o la estadística. Y la vida. Esta mañana perdí dos horas de mi libertad por hacer unas gestiones para mis numerosos hermanos porque soy yo el que vive en Salamanca. Alguno disfrutaría en ese momento de la playa, y me alegro. Si cuando miras a los ojos de un inmigrante, de un desposeído, eso te conmueve, ya no eres libre.

Uno de los no diré objetivos pero sí resultados del aprendizaje en los centros educativos (y en otros muchos contextos) es el desarrollo de los criterios morales. Los alumnos ya vienen de Primaria sabiendo que no son libres y ajustando su conducta a las normas para no recibir castigos o comportándose en función de lo que les sea favorable. Pero en el insti deben superar esa frase tan escuchada en las aulas: "Esto parece una cárcel, tengo unas ganas de cumplir 18 años para hacer lo que me dé la gana" que supongo también dirán a sus padres. (Cómo se parece a la que se escucha tanto estas diadas). Cuando cumplen esa anhelada edad que debería dar paso a la madurez se percatan de que nada cambia (salvo que se vuelven responsables penales de sus actos), de que nadie hace lo que le da la gana (quizá con la única excepción del dictador de Corea del Norte) y descubren horrorizados que el infierno son los otros. Es el momento, si les llega, de comprender y asumir el contrato social en el que vivimos inmersos.

No me siento independiente sino interdependiente. Regularmente participo en el derecho a decidir sobre mis gobernantes y unos convecinos con cuyas ideas, a tenor de los resultados electorales, no comulgo (nunca mejor dicho) eligen a un candidato ajeno a mis preferencias. Trabajo en un sistema educativo que encadena reformas con criterios que muchas veces no comparto pero procuro dar lo mejor de mí. Utilizar al partido en el gobierno actual como si fuera un Leviatán que nos cercena la libertad, un tirano sobrevenido puesto ahí por no se sabe quién es otra simplificación, como la de las fracciones irreducibles, inútil para dar respuesta a la compleja situación de intersección de conjuntos y elementos que comparten propiedades comunes que tenemos ahora planteada.

Hace muchos años, desde que viví en Mallorca los inicios de la inmersión lingüística en la escuela allá por el 86, que afirmo que la independencia es imparable, cuestión de tiempo. Pero no compartiré la presunción fatua de que ahora sí, ahora ya están las cosas como siempre tuvieron que estar.

Lo contrario de ser libre no es ser esclavo, es ser un ciudadano.

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