Nación de regiones, nación de naciones

Se va uno unos días, dilectos lectores, y a su regreso se encuentra con la polvareda soberanista de Mas y esa fiebre estival de quitar bustos, retratos y nombres como si no hubiera otros problemas que sacar en portada. Lo de Grecia parece Maduro y llamar a Rajoy sicario, una memez propia de la insolación venezolana. El avispero sirio y hasta las embajadas castristas son cosa de antes de ayer y aparte del subidón de los Alpes, el asunto de quitar símbolos parece el deporte nacional en clave soberanista para que no nos pueda el sopor de la canícula veraniega. Y todo esto cuando regresamos rebozados de arena y de pescaíto frito, que yo a los de Cádiz les entiendo lo justo y todo desayunando enfrente de las costas de Tánger vigilando al moro. Tarifa tiene un encanto de ciudad moruna de miel y palmera, de parada militar y puerto recoleto mientras los cargueros chinos atraviesan el Estrecho como edificios arrancados de los cimientos. Aquí no parece haber distancias y la gente es cercana, sencilla y dedicada a dejarse llevar por el viento y por el trasiego modesto de dos ferris que hacen la ruta a este Tánger que parece tocarse con la mano. Estamos en la punta más meridional de Europa y no hay más conflicto que esperar que no vengan las pateras y sí un turismo agradecido que se sienta a tomar manzanilla en el centro del Mercado Central después de recorrer las calles blancas encaladas de sol. Somos dos castellanos borrachos de luz y de sabores y sonidos nuevos, disfrutando de la diferencia, recorriendo carreteras entre cultivos de arroz, placas solares y molinos de energía eólica, y vaya si disfrutamos sin preguntarnos dónde está la frontera más allá del agua que recorren, libres de papeles y aranceles, las gaviotas surferas de las playas de Tarifa.

La diferencia es hermosa y se bebe, se come, se habla, se disfruta? se aprende, se goza, se recorre? no se cuestiona ni se hace motivo de disputa. Una diferencia que nos hace más ricos y no más vehementes, porque en esa voluntad separatista no veo un deseo de afirmarse sino el deseo tenaz de ser superiores a los otros. Por esa autovía que atravesaba la Hispania romana cruzamos paisajes que no tienen mayor frontera que un cartel que nos recuerda la proximidad de las ciudades que amamos recorrer y no nos detenemos en más historias que las que aprendemos por gusto. Por eso disfrutamos del viaje, de la diferencia, de la diversidad de regiones o si se quiere naciones, que total, no vamos a cuestionarnos en la dulzura del verano más problema que la confianza en que todo este trasiego se traduzca en trabajo digno para los que se pueda. Y eso es lo importante más allá de símbolos ?a mí que me den el Tío Pepe o el toro de Osborne que estoy muy flamenca con tanta manzanilla- de bustos, de gestos y de vacuidades varias. Quizás tanta parafernalia oculte la impotencia que produce no poder cambiar las cosas a la velocidad que se desea, quizás mandar al guardarropía todos los trastos menos el cetro de alcaldesa sea una pantalla para tapar el hecho de que los cambios no pueden ser tan inmediatos? Quizás toda esta resta no sea más que impotencia y resentimiento mientras los demás, tan felices, sumamos y disfrutamos de la diferencia? son la dos caras de quizás, la misma fachada.

Charo Alonso.

Fotografía: Fernando Sánchez Gómez.