Refrescarse

Lo han vuelto a hacer. Me han vuelto a emocionar. Asistí, hace unos días a uno de esos festivales con los que los centros docentes cierran el curso. Fui de invitado esta vez -no era mi lugar de trabajo-. Por la tarde. Se te caen los palos del sombrajo y todos los tópicos sobre los ninis cuando presencias las evoluciones por el escenario de un grupo variopinto de chicos y chicas que, actores y cantantes noveles, derrochan talento y nervios en un hora larga en la que condensan el esfuerzo de meses de ensayos, de tardes y recreos perdidos (¿perdidos?) porque no es fácil encontrar tiempos comunes y no se cuenta con una asignatura al efecto. Suplen la falta de experiencia con descaro y alegría. Son muchos y muchas. Uno de los más pequeños, un pillastre de nombre Ismael, se come a sus compañeros de escena y se mete en el bolsillo al público de padres y profes. Y en la piel del Quijote, nada menos. Nunca deja de asombrarme que las rígidas estructuras de los centros docentes puedan engendrar en su interior, siempre con la dirección de un alma mater entregada, estas actuaciones llenas de vida.

Durante la representación no sentí el calor que, tarde del mes de junio, crecía en el salón de actos. Al revés, me sentí refrescado por dentro. Y qué bien me vino. Porque necesitamos refrescarnos. Salir de este magma de primeras noticias en los telediarios en el que, aparte de emitir un voto, poco pintamos. Demasiado calor, demasiado pringue, demasiado deseo de poder. Me he sentido también refrescado al ver anuncios en la prensa los que se pide colaboración, y la gente la presta, para que en verano muchos niños cuenten con una beca de comedor. Sí, ya sé que eso deberían hacerlo los poderes públicos pero me refresca esa solidaridad. Y también la de las familias que reciben en acogida durante el verano a niños y niñas saharauis que al bajarse del autobús abren sus ojos con asombro mientras no saben muy bien que hacer con esos besos que les dan unas señoras desconocidas que les prodigan sus afectos.

Refrescarnos. Lo necesitamos. Y parece que hay quien decide hacerlo en la piscina, bien que sea dentro de un bar de copas, introduciendo en esta ciudad de secano la costumbre playera de la camiseta mojada. (¿Qué me van a contar?, lo que yo no haya visto que pasaba en Magalluf en los años que viví en Mallorca, cuando era más joven, como cantaba Sabina, lo que no me hayan contado, quería decir, no vayan a pillarme en un renuncio). Un video de aparente denuncia escandaliza a los ciudadanos que dirigen sus miradas al alcalde. Las reacciones furibundas condenan el casposo espectáculo -del que, que se sepa, no se vendieron entradas- de una mujer manoseada por muchos hombres y, para mi asombro, exigen que se haga algo para prohibirlos y no permitir la denigración de las mujeres. Volvemos a considerar a las mujeres (son jóvenes, alocadas) seres inmaduros que necesitan ser protegidas de sí mismas. Sobre todo cuando deciden divertirse utilizando su cuerpo. Tabús ancestrales. Cosas del libre albedrío, que lo carga el diablo. ¿Y ellos?, ¿a esos manoseadores exaltados, quién los protege de sí mismos?