Tener piso

Aquello que suponía el sueño de cualquier español desde los sesenta. La meta del bienestar y de la felicidad. Lo más, que dicen ahora. Tanta obsesión que hasta propició la trama de una interesante película. Ahora parece que se alcanzó esa meta en la mayor parte de la población. Y, como en otras cosas, nos pasamos de frenada.

Hace un par de días en una conversación con conocidos, intentábamos hacer una lista de cercanos que estuvieran (estuviéramos) en piso de alquiler. Y nos veíamos mal para poner alguno en la lista. Tampoco es que fuéramos un grupo de potentados, ni muchísimo menos. Sólo que teníamos ya una edad. Eso sí.

De carecer de todo (y hasta de piso también) a llegar cada ciudadano a tener uno al menos (siempre generalizando algo, claro está). Ahora el suspiro es por el trabajo. El dichoso trabajo necesario para mantener el piso (y la familia). Y ahora más de la mitad de conocidos tienen piso pero no trabajo. Esto parece un sindiós que nos decía Saza cuando amanecía al revés por las sierras albaceteñas. Yo creo que siempre equivocamos el tiro. Nos hemos llenado de pisos (en el pueblo, en la ciudad, en la ciudad donde estudia el hijo) y el padre y los hijos no tienen trabajo o están en precario. No hay quien nos entienda. Al revés de toda Europa.

Y digo yo, modesta y humildemente, si no habría sido mejor invertir en otras cosas y no tanto en pisos. Sobre todo cuando valían tanto (sin ser verdadero su valor, que esa es otra). Haber optado por el mercado de alquiler (en mi familia siempre fue así), y tener mayor y mejor capacidad de movilidad, menos estancamiento familiar, más intención para abordar otros negocios y emprendimientos, invertir más en formación (los padres y los hijos, que falta nos hace) y aspirar a algo más que vivir todos del estado (o de alguien que pague bien). Cambiar mentalidades ancladas en tiempos pasados donde la prioridad en el orden económico no sea la propiedad del suelo (y sobre todo a cierto precio), y menos arraigo y más ciudadanos del mundo competitivo y bien formado. Al menos las generaciones que vienen.