Elogio del digital

Vaya por delante, a mí el único problema que me presentan los diarios digitales como este, mi querido lector, es el hecho de que no se pueda leer en la barra del bar, con los dedazos llenos de azúcar o de la grasita del pincho. Dónde va a parar, a mi señor padre el diario regional le sabe mejor con el café o el vinito, pasando las hojas sobre la superficie quizás no muy limpia, mientras el de al lado espera a que acabes para abalanzarse sobre las necrológicas. Sí señores, y como yo quiero mucho a mi progenitor, cuando voy a un bar me leo hasta el Marca o el As, porque la prensa inmediata está muy solicitada.

Debe ser cosa de familia, yo de mayor quiero salir en los papeles, pero nada del Vogue, ni del Mundo, ni de El País ni del Hola ?a no ser que sea mostrando un casoplón donde entre toda la familia, la inmediata y la lejana-, yo lo que quiero es que me hagan una superfoto para la prensa regional y salir divina de la muerte y que mi padre me presuma en el bar cotidiano donde se toma el café y el vino o la caña cuando se tercia y hace calor. Un buen artículo a toda plana para presumir entre los parroquianos aunque no haga otra cosa que glosar el ambiente, que una es una señorita de provincias a mucha honra que cambió el barrio Garrido por el Alto del Rollo, geografía de la periferia que muestra muy bien que uno pertenece a esas clases medias que no han visto el final de la crisis ni en sueños. A mí que me pregunten, porque Iberdrola me acaba de pasar un recibo engordado que a poco no acaba con los Reyes de la niña bonita. Esto son los efectos de la crisis para quien tiene la suerte infinita de tener curro, llegas a todo quitándote de un lado y de otro y haciendo más cálculos que la protagonista de Ágora. Yo no sabía que iba a usar tanto las matemáticas en mi vida cotidiana, dilecto lector, claro que podía ser peor, porque calcular con el vacío, el cero ese patatero que es el único que entra en algunas casas, eso, eso sí que tiene mérito.

Andaba yo tratando de elogiar a mis diarios digitales y me he salido por la tangente de la microeconomía de mi casa, ese periódico que se hace a toda prisa, con toda la entrega del mundo, con las pocas horas de sueño de los que lo dirigen, escriben y gestionan en un ejercicio magistral de rapidez, inmediatez y omnipresencia. Yo qué quieren que les diga, eso de escribir una columna diaria me parece no solo fácil, sino un placer y un gusto que comparto. Lo difícil es llevar este diario que ahora lee usted, dilecto lector, y no morir en el intento de ser objetivo, libre, capaz de llegar a todo y de mostrar aquello que tenemos más cerca. Aquello que después de todo es lo que más nos importa. Eso sí, con una salvedad, mi señor padre no lee digitales, habrá que ponerle una pantalla en la barra del bar para que aprenda a usar el dedito y, alguna vez, presuma de hija columnista. Todo se andará.