¿Dime?, cuánto tiempo te podrías quedar a pasar mirando este cromo, y éste?, y éste otro?; ¿te acuerdas? años, siglos, toda una mañana, imposible saberlo, estabas en plena fuga, éxtasis, colgado en plena pausa, arrebatado? mira.
Arrebato, de Iván Zulueta
En mitad de este terrible golpe?, vamos a ceñirnos por el momento al infligido por el calor, recibo de la editorial Milenio un delicioso regalo que me reconcilia, durante ese tiempo sin tiempo que es la lectura, con esa parte del ser humano que te hace más persona: contar y escuchar historias.
Al seguir la lectura de este álbum, con esa letra redondilla que para muchos significó nuestro primer acercamiento al prodigio de la escritura. Y, sobre todo, al pasear la mirada por las poderosas y bellamente ingenuas ilustraciones de este libro, que tan fuerte presencia tienen en el imaginario de tantas generaciones, he recordado de golpe esa increíble secuencia de la película Arrebato: cuando uno de los personajes, posando su dedo sobre una imagen, un cromo para ser más exactos, le inquiere a otro sobre la ruptura del tiempo que supone la lectura (sea esta una imagen o se trate de un texto) en los términos que transcribe la cita que encabeza este artículo.
La Historia de Babar, el pequeño elefante, de Jean de Brunhoff, comenzó a gestarse hace muchos años, a principios de la tercera década del siglo pasado; y lo hizo mediante una fórmula infalible, mil veces repetida: una madre contando a sus hijos, buscando el cobijo mutuo de las palabras. Mientras el padre, pintor para más señas, dejándose llevar por los hilos de lo que escucha, decide "fijarlo", lo dibuja y pone, negro sobre blanco, creando la primera de las historia del pequeño elefante.
Esta edición que tengo entre mis manos, que recupera el primigenio gran formato, lo que privilegia el disfrute de sus hermosas ilustraciones, se acompaña de una nueva traducción, y es el comienzo, la andadura del reciente sello editorial infantil-juvenil Nandibú, que inicia su nueva colección de álbumes. El comienzo no puede ser mejor y más esperanzado, sabiendo, además, que tras él encontramos a personas que han demostrado saber mucho y bien sobre libros ilustrados y libro-álbumes, y que, aunque me lo habrán leído en otras ocasiones, sigo afirmando que este formato de lectura es un artefacto lector de alta potencia, porque como bien escribía la especialista Cecilia Silva-Díaz: forman parte de un arte que no es solamente verbal. Los significados múltiples, las ambigüedades, los símbolos, surgen la interacción de los dos lenguajes, texto e imagen; de lectura camaleónica los calificaba en su fascinante tesis doctoral.
La historia de Babar el elefantito, que disfruta en la selva con los juegos propios de su edad y que cuenta con el amor de una madre entregada, sufre un cambio terrible cuando un cazador abate de un tiro a su progenitora?
Podríamos hablar en estas líneas sobre la transformación que refleja esta muerte como metáfora del abandono de la infancia, recogido también por la inevitable renuncia a la arcadia que suponía la vida en la selva, rodeado de amigos y familia.
Reflexionar también sobre el significado del viaje a la ciudad, y el encuentro con la vieja dama, que parecen representar el ineludible salto a la educación, la supuesta civilidad, que se concreta en esa imagen que guarda la retina de tantos y tantos lectores, con ese Babar trajeado en verde y luciendo su bombín, metáfora, quizá, del clásico gentleman con la carga semántica que conlleva. Su fair play, retratado en esas imborrables ilustraciones, donde ataviado con su elegante smoking, cuenta a los amigos de la señora su antigua vida en la selva.
Pero creo que no vendría al caso, lo que sí es cierto que no se puede obviar, es que la vinculación del lector infantil (también la del adulto cuando recuerda su lectura) con este álbum es fundamentalmente emocional, afectiva, por lo que he podido comprobar con quienes lo disfrutaron de pequeños y los adultos que hacen el esfuerzo de recordarlo.
Y me van a perdonar si por un segundo me salgo del tema, pero como consecuencia de lo que estoy escribiendo, acuden a mí imágenes de la película El pequeño salvaje, de François Truffaut, que basada en un caso real, cuenta el proceso de integración en el mundo denominado como civilizado de un niño perdido durante años en los bosques de la Francia del siglo XVIII. Y se me ocurre que quizá el realizador francés, gran lector desde muy joven, por edad bien pudo conocer este álbum y encarnarlo con su infancia, que transcurrió con sus abuelos, sin conocer a su padre y con una madre a la que sentía muy lejana.
Volviendo a nuestro pequeño Babar, la historia continúa sin mayores problemas, contemplando ese proceso civilizatorio hasta que la visita, pasados los años, de sus primos Arturo y Celeste, despiertan en él la llamada de la selva; el resto será mejor que lo lean ustedes mismos?
Todavía se suceden más peripecias, y la historia de Babar, que continuará uno de los hijos de Brunhoff, pintor como él, terminará convirtiéndose en una serie, dando el salto con el tiempo al mundo de la animación, también al teatro y el merchandising, pero esas son otras historias.
Como les había prometido que en estos meses estivales íbamos a hablar no sólo de libros, sino también de películas y música, no me resisto a dejarles otro pequeño regalo, consecuencia de la potente estela creativa que provocó la llegada de este paquidermo universal. Me refiero, a la composición para piano que, basándose en nuestro protagonista, creó el gran compositor Francis Poulenc, y que, curiosamente, también se enreda con la historia de la familia Brunhoff: sólo les diré que aquella madre que inventaba para sus hijos las historias de Babar era pianista?
Disfruten de estas múltiples lecturas camaleónicas, y tengan presente que, al igual que estos pequeños y coloridos reptiles, famosos por su habilidad de cambiar de color según las circunstancias, por su lengua rápida y alargada, y por sus ojos, que pueden ser movidos independientemente el uno del otro, cuando contemplamos, leemos o escuchamos historias, si ponemos todo nuestro empeño, pueden ocurrirnos cosas parecidas; claro está y no hace falta decirlo, de aquella manera?
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