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Las mujeres de mi vida
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Las mujeres de mi vida

Actualizado 18/07/2015
Ana Garmendia

Todo el mundo necesita un modelo, un hombre o una mujer en los que mirarse y sobre los que proyectar el "yo futuro". Alguien a quien querer parecerse. O, al menos, a muchos de nosotros esos modelos, esas personas de nuestro entorno a las que hemos deseado o a las que nos gustaría todavía parecernos nos han empujado y nos han ayudado a crecer ya sea consciente o inconscientemente, sabiéndolo o no.

Hace una semana comenzó el mes de mayo, un mes que para los cristianos y creo que en la tradición y en la cultura popular aunque sólo sea por el número de fiestas que coinciden en este mes con advocaciones marianas, es el "mes de María". Cursilerías aparte, a mí me gusta pensar que además y por extensión y analogía es el "mes de la mujer", de toda mujer, e igual que Ella es o ha de ser "modelo para los creyentes" me ha parecido bien escribir sobre algunas de las mujeres de mi vida que son también "modelo" para mí, precisamente por reflejar algunos de los rasgos y características que creo que tendría María si viviese hoy, en el siglo XXI, pero fundamentalmente porque son grandes mujeres de las que aprendo y a las que me quiero parecer.

Mal empezaría este reconocimiento si no nombrase en primer lugar a la mujer que me dio la vida. Mi mamá. La verdad es que mi madre y yo no nos parecemos en muchas cosas pero sí que hay especialmente dos rasgos de ella que me gustaría "heredar": la primera es su capacidad de entrega. El regalo de haber dedicado su vida a cuidar de nosotros, de hacer el sacrificio de dejar atrás su carrera para ocupar ese lugar en la sombra al cuidado de sus polluelos. La segunda es ese celo maternal y a veces sobre protector que le sale, como si sacase las uñas y los dientes, cuando alguien "se mete" con nosotros. La verdad es que la quiero con locura.

Otra mujer muy importante en mi vida es Montse. Es una amiga. Es verdad, tengo unas cuantas amigas, pero Montse es especial. La conozco ya desde hace bastante tiempo (a tontas y a locas ya han pasado nueve años) y a pesar de la diferencia de edad con todo lo que eso conlleva que nos separa y la distancia de los últimos años, y de las pocas palabras al principio, es una de las personas que mejor me conoce, que me ha visto crecer y me ha ayudado a crecer y a quien más admiro, es una mujer fuerte. De ella he aprendido a hacerme frente, a superarme, a tener metas altas pero los pies bien en la tierra, a mirar con otros ojos, a leer entre líneas?. No habría líneas ni palabras suficientes para describirla? pero lo que es bien seguro es que yo no escribiría si un día no me hubiese pinchado a hacerlo.

La tercera mujer de la que quiero hablar hoy aquí es Dolores. Aunque la conozco desde hace menos tiempo podría destacar, con cierta envidia, su vitalidad. Si contamos los años podría ser mi abuela, pero es de espíritu joven y culo inquieto. De ella aprendo su increíble libertad al hablar de Dios, de un Dios que conoce íntimamente, de un Jesús que es compañero y que cuando habla de Él cobra vida, se hace humano, entra en escena de carne y hueso y las palabras antes anticuadas de un conjunto de libros viejos, resultan actuales y desentrañan y traducen un mundo hoy tan complejo.

Me dejo a muchas mujeres formidables a las que quiero mucho, con quien comparto mucho y a quien también admiro mucho: Mencía, Elena, Ana, Beatriz, Asun, Ester? y más. Pero sobre todo me dejo un colectivo al que no quiero dejar de señalar: todas esas mujeres en situaciones difíciles y duras. Mujeres maltratadas, víctimas de la violencia de sus maridos, del alcohol, mujeres increíbles que sacan adelante a sus familias en las situaciones más tremendas y de inmensa desesperación. Mujeres que lo sacrifican todo por dar de comer a sus hijos, porque estos no sufran, que aceptan trabajos degradantes pero que les permiten mantener a los suyos. Mujeres que se humillan y se abajan. Porque todas ellas, todas y cada una de ellas, son tesoros preciosos y mujeres increíbles y maravillosas que reflejan cada una algunos de los rasgos de nuestra Madre en el cielo y que con su silencioso testimonio de vida entregada y olvidada la hacen carne a su manera sirviendo de modelo para todos.

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