Lunes, 13 de mayo de 2024
Volver Salamanca RTV al Día
'Los éxodos, los exilios', o las lágrimas de la gente amada
X
ÚLTIMO LIBRO DE A. P. ALENCART

'Los éxodos, los exilios', o las lágrimas de la gente amada

Actualizado 15/07/2015
Jesús Fonseca Escartín

El poeta y periodista Jesús Fonseca, delegado de La Razón en Castilla y León, reseña el poemario 'Los éxodos, los exilios. 1994-2014" (Fondo Editorial de la Universidad de San Martín de Porres, Lima, 2015), de Alfredo Pérez Alencart, profesor de la Usal y

[Img #358298]

Como León Felipe, poeta del éxodo y el llanto, el también exiliado y universal Alfredo Pérez Alencart, nos ofrece en estos Éxodos y Exilios el pálpito del poeta que camina por la senda de la vida y de los versos, con la mano tendida y el corazón abierto de par en par. Desde el gozo y las lágrimas del vivir. Desde la locura del que huye «mientras / tus piernas aguanten / y corran más / que el rumor de la / muerte». Aunque el camino le lastime el alma y le hiera la carne.

Pérez Alencart es uno de esos escritores que sueñan con cambiar tantas vidas rotas, cogiendo el toro por los cuernos; sin ocultar nada. Al contrario, llamando a las cosas por su nombre. Diciendo lo que es como es y no como conviene o interesa que sea: «el emigrante se reconocía extraño / en su propio pueblo / mientras nubes y pájaros / reflejaban formas de un mundo / que seguía su marcha».

[Img #358299]Le sucede a nuestro poeta lo que a Fernando Pessoa: que los dos tienen frío de la vida. Tal vez por ello carga, como el portugués, con las heridas de todas esas batallas que a diario se libran en las periferias, en las afueras del hartazgo y la indiferencia. El autor de Los éxodos, los exilios quisiera que el amor llegara a todos los valles. Pero no, pero no: «la vida no es ni noble, ni bella ni sagrada», como recuerda, para que nadie se lleve a engaño, Federico García Lorca en su Oda a Walt Withman. «Emigrar con el viento de la tristeza, llevar en los bolsillos, no tierra, sino cenizas y lágrimas de la gente amada», clama Alfredo Pérez Alencart, desde la Salamanca estudiantil y campera.

Pero esto no impedirá la esperanza, el plantar cara. Es lo que hace este poeta peruano y español, al que tanto deben las letras del mundo hispano. Alfredo Pérez Alencart, se encuentra a la cabeza de los más comprometidos y más hondos poetas de la comunidad iberoamericana de naciones. Lo vuelve a demostrar en Los éxodos, los exilios. Un libro, por cierto, bellamente ilustrado por Miguel Elías, que pone una vez más sus pinceles al servicio de la poesía. Pero Alfredo Pérez Alencart, no es sólo una de las voces más personales, más recias de la poesía hispana, sino una de las personas más felices que me ha sido dado conocer.

¿Cuál es el secreto de ese gozo de vivir? La respuesta la tienen estas páginas: su frescura, esa entrega suya hasta la extenuación a la causa del bien; su ofrecer y compartir. Su buen hacer, día tras día. Su fe inquebrantable en quien todo lo alcanza, como queda reflejado en esa Oración del inmigrante en la que pide al Señor de su fe que abra el corazón de los creyentes, a los que de lejos llegan, con papeles o sin papeles, buscando trabajo, el pan que sus hijos necesitan: «Has que alguien recuerde / tu mensaje de amor al prójimo / más desesperado».

Como tantos y tantos ?como el que esto escribe?, Pérez Alencart se siente extranjero en todas partes, y ciudadano del mundo en cualquier sitio. Eso se aprecia muy claramente en estas páginas, escritas con palabras de carne: «ten preparada tu tienda / que hace la vez / de hogar: / rehén de diásporas / es el hombre, como / los ñúes que necesitan / atravesar el río Mara. / Estate preparado: / se olfatean / nuevas travesías / hacia tierras / ya ocupadas.» La latitud del hombre está hecha, para Alfredo Pérez Alencart, de deseos y carnalidades. De paisajes que los huesos no reconocen. De aires que se cuelgan en el pecho para levantar la vida y aupar proyectos: el poeta viaja por la anchura del mundo «con el equipaje de quien conoce fronteras, / visados y múltiples lenguas.» Pero con ese sentimiento de que su espíritu sólo podrá aquietarse «en medio de la plaza de tu ciudad enceguecida». Y así, «a veces el exilio / se transforma en reino / fácil de amar. / Otras, casi siempre, / avientan nieves sobre los sueños / traídos desde lejos».

Por lo demás, hay en este libro esa actitud generosa a la que Pérez Alencart, que va por la vida haciendo el bien a manos llenas, nos tiene acostumbrados. Nuestro poeta quisiera para todos un lugar donde vivir, donde amar, donde ser. Guardan, estos poemas, un mensaje de serenidad que el poeta transmite en cada palabra, en cada verso. Sin ignorar, por ello, la injusticia, la codicia, la fealdad que saltan aquí y allá a borbotones.

Trepa Pérez Alencart sangre arriba, sacando fuerzas de flaqueza para dar voz a los desterrados; a los que sucumben a esas estampidas provocadas por la guerra y por el hambre, como aves migratorias: «Al menos las aves / no conocen fronteras / y sí de lugares / propicios». Desde un puerto albanés, Pérez Alencart escribirá apesadumbrado: «(?) nadie los quiere / en la otra orilla».

Si algo demuestra este libro, es que la poesía es, por encima de todo y antes que cualquier otra cosa, poner en común, compartir. El escritor quiere estar cerca, busca la proximidad desde su mirada atenta a la realidad más cotidiana, como en este poema dedicado a los tibetanos de la India: «asaltaron nuestra tierra / quienes se deleitan / con la fuerza, / cerrándonos la boca. / Sus orejas / no oyen los gritos; / nuestras emociones / saltan y están ahí. / Nos empujaron lejos / de las montañas / y ya no nos corre / ese aire / por ninguna parte.»

Desde la intemperie del corazón, Pérez Alencart advierte a quienes se creen dueños de la suerte: «¡Ay de ti, acomodado / en una niebla / donde no quisiste / saber del otro!». Pero aún así, con sus versos vestidos con la piel del mundo, el poeta no tira la toalla: «hay alternativas; / este no es el fin», así nadie los quiera en la otra orilla: «Todos viajamos en un mismo barco / que sube y baja con la marea. / Por el oro nunca te envanezcas / pues bien puede faltar mañana. / Sí: ojalá que nunca te suceda».

Comentarios...