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La escurridiza condición del derecho
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La escurridiza condición del derecho

Actualizado 13/07/2015
Lorenzo M. Bujosa Vadell

Se cumplen dos decenios de unos hechos atroces que los lectores de prensa vivimos en su día casi en directo; diría yo que previendo lo que iba a pasar al día siguiente. Fueron muertes todas ellas anunciadas y la impotencia que sentimos fue absoluta. La insensatez de las imposiciones verbales había dejado paso al abuso de la fuerza, a los acosos físicos, a los incendios y a los asesinatos, jaleado todo ello por multitudes llenas de rabia, por el odio a lo que es distinto y por la destrucción total.

Era un episodio más de la cruenta y densa historia de esas cercanas tierras. Sí aquella de la ya tópica cita de Winston Churchill: "Los Balcanes producen más historia de la que son capaces de digerir". Odios perpetuos, reforzados periódicamente en un sentido o en el opuesto, como nos había contado también con espesa brutalidad el también Premio Nobel Ivo Andri. Por eso no debiera haber sorprendido que la declaración de la ONU por la que los enclaves bosníacos de ?epa, Srebrenica y Gora?de se convertían en zonas internacionalmente protegidas fuera nada más que un penoso brindis al sol.

Las potencias occidentales, todavía gozosas por la caída sin apenas ruido de la mayoría de las repúblicas populares comunistas, obraron al principio según sus intereses particulares. Dubitativas, temerosas y contradictorias. También España, sin ser ya potencia de nada: temor pasivo al contagio después de ver el derrumbe de la Unión Soviética, la división de terciopelo de Checoslovaquia y el nacimiento de repúblicas por doquier, algunas enquistadas todavía en el limbo de la geopolítica.

Así los sádicos asesinos balcánicos, los procaces psicópatas de las banderas, encontraron campo abierto para sus tropelías, con la lamentable comparsa de las escasa y mal pertrechadas tropas de las Naciones Unidas. Hambrunas infames, campos de concentración, guerra de propaganda, cinismo diplomático, asedios medievales a ciudades culturalmente abiertas? Y las consabidas separaciones de hombres, mujeres y niños, en apariencia para llevar con orden los traslados forzados para el reparto de zonas, pero de hecho para eliminar brutalmente al que es distinto o, más bien, al que sin serlo, se ha etiquetado de modo distinto, y por eso se le llamaba enemigo.

Benedicto XVI se preguntó en su visita a Auschwitz por qué Dios permaneció callado ante la barbarie nazi, por qué toleró tanta ignominia. Y el filósofo Theodor W. Adorno expresó con sentido dramatismo que después de esos desastres no era posible escribir poesía. No pretendo elevarme un ápice de mi modesta posición de ciudadano corriente, pero al margen de esas importantes cuestiones teológicas y estéticas, me atrevo a preguntarme: ¿dónde estaba el Derecho hace veinte años?

Sin ánimo de entrar en pormenores, solemos distinguir los juristas entre "Derecho" con mayúscula y "derecho" con minúscula: el primero como conjunto de normas jurídicas que regulan algunos aspectos de la convivencia y el segundo como facultad de un sujeto a exigir un determinado comportamiento. Está claro que hace veinte años en el oriente de Bosnia ambos brillaron por su ausencia. Cuando la fuerza bruta manda, las normas objetivas y las facultades subjetivas son solo instrumentos de opresión y lo que explicamos y estudiamos todos los días con paciencia en nuestras facultades muestra su condición amarga y escurridiza.

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