Nos dice el Vaticano II que la Virgen María avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz. Virgen peregrina, desde Nazaret hasta Ain Karín o Belén, cruzando las montañas de Judea, es decir, superando peligros y dificultades. A su paso dejó los lugares impregnados de belleza y santidad. Podemos decir de ella lo que se dice de una imagen de Santa Teresa, la que exclamó al morir: "Ya es hora de caminar". Se dice de la imagen que sigue gastando sus sandalias, porque nunca deja de caminar. María nos acompaña en nuestro peregrinar.
Y la Virgen es peregrina a lo largo de su vida. Lo es en la aceptación del misterio la Anunciación. Aceptada en obediencia total la Palabra de Dios en Ella y se convierte en Madre de Dios, Madre de la Iglesia y Madre de todos los seres humanos, de los hombres y mujeres de todos los tiempos. María se abandona a Dios, se deja llenar totalmente por Él.
El camino de fe de María la lleva a la proclamación de su felicidad y a la prodigación de todo lo que ella es y tiene en el servicio a los hermanos. Se va apresuradamente hacia las montañas de Judá, a casa de su prima Isabel. Todo lo que ella oyó de parte de Dios, lo que ella acogió en fe, en obediencia, lo "que concibió por su fe antes de concebirlo en sus entrañas" (san Agustín), es destinado a pertenecer a todos. María proclama la fe comunica la fe en un canto de felicidad, anuncia la felicidad a todos los que, como ella, son pequeños y se dejan sorprender por la buena noticia de Dios.
María va descubriendo la realidad del misterio presente en su vida: Dios revelado en su Hijo niño. Ella, en silencio, cree en Jesús, lo acompaña paso a paso y con él camina y se entrega a la redención que él nos trae. María vive su fe "conservando todas estas cosas en su corazón".
Y lo acompaña, en silencio, en su vida pública, hasta la cruz. Y al pie de la cruz, se une más a su Hijo y a Dios y ensancha su maternidad a todo el género humano.
Ella es la Madre de todos los creyentes, constituida en el momento cumbre de su identificación con la misión de Jesús.
La fe de María no fue fácil; al contrario, vivió la oscuridad de la fe, las dudas, el desconcierto, el no entender. Si algo distingue la fe de María es la de ser una fe puesta continuamente a prueba por la realidad de la vida.
María, bajo la advocación del Carmen, fiesta cercana el día 16 de julio, nos invita, como madre, a creer en su hijo, a seguir caminando en fe y a servir como lo hizo ella.
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