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La Santa Andariega, de celebraciones
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La Santa Andariega, de celebraciones

Actualizado 10/07/2015
Eutimio Cuesta

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No están entre nosotros, pero aún no han muerto. Me encuentro con ellos todos los días en los archivos, y me hablan, y me cuentan sus cosas, las mismas cosas con otros ropajes y en otros tiempos, pero que son las mismas cosas de siempre. Lo importante es que están ahí, y podemos contar con ellos.

El otro día, me adentré en el convento viejo de los carmelitas. Paseaba por su claustro y me detuve en el relieve de uno de sus capiteles, que representaba a Adán y Eva. Ambos me miraron con la dulzura serena de padres. Y continué. Buscaba al padre Diego de San José, un espectador, en vivo, de las ceremonias y festejos, que se organizaron en Alba la semana grande, del 5 al 12 de octubre de 1614, con motivo del inicio de la subida de la Santa Andariega a los altares. Un monje me señaló al padre, que, en ese momento, cruzaba el claustro, jadeante: se dirigía a su celda a asearse un poco, pues venía de la huerta de escardar un cantero de patatas; por eso, llevaba el hábito recogido con el cinto. No tardó mucho.

  • ¿Usted dirá?

El saludo fue cordial y cristiano.

Como es costumbre, me enseñó el cenobio, sus dependencias, su capilla y sus artes: techumbre mudéjar, imágenes policromadas, que me miraban unas de frente y otras, un poco de soslayo, según los estilos. Y la bodega. Sus estantes mostraban una colección de botellas de distintos licores que, según el padre, elaboraban ellos con las madres de su cosecha vitícola. Nos sentamos en unas tajuelas entorno a una mesa que olía a mugre de solera. Puso, sobre la madera, cuatro probaduras, y me invitó.

  • No soy muy bebedor, le insinué.
  • Al grano, me dijo.
  • Me he enterado, que usted fue un espectador, de excepción, en la ceremonia de beatificación de Santa Teresa.
  • Fue una semana grandiosa. El entusiasmo y la alegría se adueñaron aquellos días de un ambiente exultante. La Santa contaba con muchos adictos y fieles devotos por estas tierras castellanas, y todos quisieron estar presentes en los eventos tanto religiosos como profanos que se urdieron en su honor. El duque, el obispado, los carmelitas y las carmelitas, autoridades y aldeas de la tierra de Alba tiraron la casa por la ventana; y no se reparó en gastos, hasta tal punto, que el Concejo de Alba pidió al duque licencia para tomar un censo de 2.000 ducados para los festejos, una cantidad demasiado fuera de lugar en aquellos tiempos de escasez, y en una localidad de setecientos vecinos, venida a menos, a pesar de disponer de diez parroquias y cinco monasterios. El duque puso a prueba su magnanimidad, engalanando la iglesia y el convento con mobiliario y colgaduras, traídas de su casa de la Corte.
  • Prueba de esta botella.
  • Media copa, que se me nubla un poco la mente con este ambiente de esencias.

Y prosigue.

  • A los actos religiosos, acompañaron los profanos, entre los que no faltaron las corridas de toros, la representación teatral, fuegos y salvas de artificio, que se lanzaron desde el patio del castillo. (Gracias al padre Diego, he conocido las andanzas y figura de Juan de Morales, director de teatro. Actuó con sus farsantes, todas las tardes, durante la semana de festejos). Nos obsequió con obras como: "La vida de la Santa Madre", "Alerta, no os descuidéis", "El gran duque de Moscovia", de Lope de Vega, "Esclavo del demonio" de Antonio Mira de Amescua, entre otras.

Y se corrieron toros, con gran presencia de público y buenas suertes de a pie y de a caballo, en la Corredera, sitio para este efecto de los mejores de España. El jueves, los toros, con ser ferocísimos y el concurso mucho, ninguna desgracia hubo en la gente de a pie ni en los caballeros, como tampoco se ha visto, por la bondad de Dios y de la Santa, en todo el discurso de las fiestas.

Su voz pausada y solemne hacía bucles en el ambiente, y yo me quedé prendado en el entusiasmo con que el orador me fue fascinando con más cosas de la Santa, que ya han contado otros.

Apuré el penúltimo trago. El padre Diego san José me acompañó, solícito, hasta la puerta. El sol me recibió con un efusivo abrazo, y mi sombra no me perdía de vista. No temas: mi sitio está en la calle y en el mundo, aunque me gusta zambullirme, de vez en cuando, en el fervor especial por la laudeada doctora.

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