Mi querido banquero

No me atrevía a escribirle a Su Señoría hasta ahora, y todavía me tiembla el pulso cuando pienso lo que hago. Pero ya está, ya he empezado y sigo adelante. Es de absoluta necesidad hacerlo, cada uno de nosotros tendría que coger el bic para ayudarle a sobrellevar su maltratada conciencia. Seguro que ni duerme. No por los calores, claro. Ya supongo que una persona tan digna como usted ni se entera del calor, ni del frío. Pero la injusticia contra su persona es tan grande que le escribo esta carta de apoyo y solidaridad.

Sólo le he visto de lejos, con su planta espigada de por lo menos metro y medio, con su calva reluciente, que demuestra que se dedica casi todo el tiempo a pensar, y sus trajes sin arrugas, resplandecientes. Qué hombre. Permítame decirle con la mejor intención que es mi auténtico ídolo. Que se quite el Cristiano Ronaldo ese, que de bueno sólo tiene que es rico, como usted. Pues a lo que iba: le vi de refilón, un día que salí a protestar y usted estaba saliendo de su domicilio. Se vio por un momento entre las garras de la manada, del vulgo que, no queriendo hincarla, se dedica a molestar a quienes se esfuerzan por nuestro bien. Menos mal que la policía les protege y nos echó en un momento con unos cuantos golpes de porra. La verdad es que nos habíamos pasado de rosca y habíamos empezado a gritar frente a sus ventanas a las diez de la mañana. La madrugada, para alguien como usted que seguro se acostó tarde haciendo números y gráficas de esas salvadoras del mundo.

Sí, yo estaba entre estas multitudes que nos les dejan vivir, que les insultan y les cabrean. No les dejan salir caminando tranquilos hacia sus restaurantes de lujo. Pero recapacité y me di cuenta de que la banca es la célula básica de la sociedad. Ya sé que dicen ustedes que es la familia y está bien que lo digan. Para los que no entendemos mucho es mejor decir eso que lo de que el sector financiero es la red que nos defiende de los males y los cataclismos.

Por eso decidí poner mi granito de arena y, con estas palabras torpes, decirle que le entiendo, y que me disculpe por haber pensado tan mal cuando me cobraban esas comisiones que no había contratado. Que sí, que sí, que ya me di cuenta de que las había firmado y todo. Con lo que les debe costar redactar toda esa letra pequeña, que casi ni se ve. También me quejé para mis adentros, y algo para mis afueras, cuando me subastaron el piso y me echaron de él. Siento muchísimo todos los trastornos. Me habían despedido de la oficina y no supe reaccionar a tiempo, yéndome sin rechistar. Espero que lo entienda. Pero en lugar de colaborar y ayudarles a obtener a las buenas lo que es suyo, no se me ocurrió otra cosa que litigar, ponerle chinitas y protestar porque me quedaba sin casa. Cuando tengo la de mis padres, esa que llevan treinta años pagando por un módico interés y que tiene dos habitaciones vacías a mi plena disposición. Y además mi madre hace un cocido que te ? En fin, que hace un buen cocido?

A ellos, a mis padres, me ha costado más convencerles. Ellos son de los que habían confiado todos sus ahorros en esa cosa rara que llaman preferentes, y se sintieron timados. Pero no se preocupe. Ahora han visto que su sacrificio ha sido importante para que sus cuentas anuales, las de usted, salgan cada vez más abultadas, y se han sentido como si fueran el gobierno: prestándoles el dinero a fondo perdido para una buena causa. Y ahí los tiene, como yo, rezando todas las noches por su salud y clarividencia que nos va a guiar por el camino más adecuado.

Así lo proclamo por donde voy, para reparar la injusticia de mis protestas y mis malos pensamientos en contra hasta de los miembros más recónditos de su familia. Por todo ello le pido disculpas sinceras y le confieso con fervor mi más desmedida admiración. Si necesita que me fustigue más en algún sitio público, sólo tiene que decirme hora y lugar.

Su rendido servidor