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Nuestro paso por la historia
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Nuestro paso por la historia

Actualizado 04/07/2015
Manuel Lamas

[Img #340214]Solo una vez pasamos por la historia, por eso son tan importantes los discursos que promueven nuestros actos. Y, tanto mejor será la información facilitada, atendiendo a la pluma que la escribe. No es lo mismo que los hechos sean narrados por quienes los vivieron en primera persona, que por agentes ajenos a ellos, que han de documentarse previamente sobre lo que van a referir. A estos últimos, les faltan los nexos de unión entre unas circunstancias y otras; detalles necesarios para que la historia adquiera suficiente fiabilidad.

Sea como fuere, la historia, la acuñan con su conducta aquellos que aportaron algo valioso a la sociedad de su tiempo. Mentes privilegiadas, espíritus aventureros, escriben las crónicas del tiempo a través de sus actuaciones.

Por tanto, aprendemos del pasado. Atrás queda, suficientemente marcado, el largo camino de la evolución. Los tropiezos de unos y los esfuerzos de otros; las batallas perdidas o, si lo prefieres, las metas alcanzadas. También por la técnica, a través de sus descubrimientos; como esos vehículos de alta velocidad que nos trasladan, de un lugar a otro, en cortos espacios de tiempo; o de satélites de comunicaciones orbitan sobre nuestras cabezas mientras rebotan sus señales para que podamos hablar y ser escuchados a enormes distancias.

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Si nos referimos al mundo del arte y miramos hacia atrás, contemplamos una ingente lista de nombres, que legaron a la posteridad lo mejor de sus creaciones. La belleza plasmada en sus trabajos nos libra de la mediocridad y nos anima a seguir el camino por ellos emprendido.

¿Quién no se estremece ante la profundidad de un poema de Shakespeare? ¿Acaso un capítulo del Quijote no anima a reflexionar? ¿No alteran tu sensibilidad las luces y las sombras con que Caravaggio dota a sus lienzos, o las expresiones de sus personajes? Solo tenemos que mirar para darnos cuenta de que se trata de nuestra misma vida. Es como si estos artistas aún permanecieran con nosotros a través de sus valiosos trabajos. Qué decir de las meditaciones de Marco Aurelio, capaces de despertar las sensibilidades más adormecidas.

Aquello que sentimos cuando disfrutamos de la belleza, es algo indescriptible. La necesitamos como el aire; participamos de ella como si del manjar más exquisito se tratara. Percibimos la presión de su totalidad, pero no la podemos abarcar. Precisamente, la belleza, necesita la sensibilidad del observador para configurarse. Solo cuando hay complicidad, entrega su valioso patrimonio. Y, como lienzo a disposición del artista, impresiona el alma a través del verbo, el color, los sonidos y las formas. Entonces, sentimos lo más sublime y nos damos cuenta de que somos mucho más que materia animada.

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Decimos que todo se olvida, porque nuestra aportación a la historia queda disuelta como gota de agua en el océano. Nuestra insignificancia es semejante a la bola de polen de mi fotografía que, desprendida del chopo, resbala por la piedra del viejo puente. Nuestra huella personal es tan simple que nadie nos recordará cuando hayamos partido. Pero hemos de aceptar que, esta transitoriedad, y nuestro anonimato, forman parte de una realidad importante: juntos formamos una masa compacta, trenzada como una extensa familia, donde, que cada uno de sus miembros, cumple la función que le fue asignada. Nuestra aportación es reconocible, únicamente, por el todo que conforma, sin el cual, nada de cuanto percibimos sería posible. Un grano de arena nada significa, millones de fragmentos en la orilla del mar, forman la playa.

Pero contamos con el espíritu de los que se fueron. Sus logros conforman nuestras seguridades. Sus luchas y aspiraciones; sus creencias y sus vicisitudes fueron semejantes a las nuestras. Todos ellos, como elementos valiosos de un tiempo que paso, dejaron su equipaje en una estación de la vida, y partieron con lo puesto sin precisar destino.

Precisamente, la transitoriedad de nuestra condición, es la que garantiza la renovación de cuanto existe. La evolución no podría germinar sobre elementos marchitos; sobre bases envejecidas y deformadas por vicios y egoísmos humanos.

La vida es muy corta, pero es eterna la condición de la naturaleza. Esta, se sustenta en procesos sucesivos de vida y de muerte para mantenerse siempre joven. Por eso, aunque nuestro conocimiento siempre estará limitado, y las dudas nos impiden el paso al final del camino, nunca nos faltará un mañana para descubrir cosas nuevas, ni el ayer, para no olvidar de donde partimos.

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