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Currículo político
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Currículo político

Actualizado 03/07/2015
Marta Ferreira

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Si preguntamos a la gente qué piensa de nuestra clase política en cualquiera de sus ámbitos -nacional, autonómico o local- lo probable es que nos encontremos con frases de menosprecio o de descalificación abierta. Y esto es preocupante. No en balde son quienes nos gobiernan y toman las decisiones que a todos nos afectan en mayor o menor medida. Cuando me encuentro con alguien que así me responde, casi siempre va acompañado con la frase de rigor: "La política para los políticos, tú y yo vivimos honradamente de nuestro trabajo y no nos va nada en ello", a lo que no puedo dejar de contestar que sí nos va, y mucho, en ello. Este desapego hacia la política considerándola como un ámbito cerrado y excluyente en el que solo tienen algo que decir los que forman su nomenclatura, creo que es un profundo error.

En el desprecio al mundo político, uno de los factores determinantes es la composición de su clase dirigente. Si las cosas fueran normales, y dada la trascendencia de sus responsabilidades, deberían formarla los mejores, personas destacadas por su currículo académico y profesional, con trayectoria laboral, con éxitos que acrediten su capacidad, con bagaje previo. Pero, y hay que reconocerlo, cuánto politiquillo inane está en el escaparate. De pronto te encuentras con personas que te informan de que tal o cual concejal o diputado o procurador, eran los peores de su clase y que su único trabajo ha sido escalar puestos en el partido, en el que entraron de jovenzuelos y en vez de estudiar y formarse a fondo o de buscar y encontrar trabajo, se dedicaron a trepar, a sobar espaldas de sus mandamases y a esperar que llegase su turno. Y el turno siempre llega si uno hace las cosas bien, es decir, asentir, adular y apoyar al gerifalte correspondiente.

Se dice así que a un camarero se le exige que chapurree inglés mientras el político de rigor no tiene ni repajolera idea. Hasta el punto de que los funcionarios a las órdenes del mismo, que se han ganado su puesto tras una dura oposición (hablo de funcionarios, no de enchufados del partido colocados digitalmente en una empresa u organismo público, como tantos asesores que asesoran de lo que no saben), están muchas veces mejor formados y son más capaces que sus jefes: a estos no se les ha pedido que demuestren nada, no han superado ninguna prueba de selección, excepto que estén ahí y a dedo se les asigne un lugar en la lista cerrada y bloqueada que la cúpula del partido impone. A cambio perciben una remuneración que algunos dicen que es escasa por las responsabilidades que asumen, pero que yo considero demasiado alta cuando se trata de personas que en el mercado laboral difícilmente encontrarían un puesto así retribuido.

El problema es que gente así tiene la tentación de la corrupción a la vuelta de la esquina. Imagínense alguien que cuando deje su cargo, no tiene oficio ni beneficio, de qué va a vivir. El peligro de ceder a ofertas oscuras, está a la orden del día. Muchos de los corruptos que conocemos por los procesos que se han resuelto o en vías de hacerlo, fueron individuos conscientes de la oportunidad que pasaba por su puerta y se metieron de lleno en el lodazal. ¿Alguien los controló, nadie sospechó, pero sobre todo quién los seleccionó? ¿O tal vez fue el servilismo y no la capacidad, el criterio determinante?

Los políticos españoles deben recuperar su prestigio. Como condición previa, yo exigiría que hayan demostrado en el trabajo que desempeñaban, su valía. Quien nada puede mostrar en ese sentido, no debería ser admitido como candidato. Cómo van a respetar los ciudadanos a quienes solo pueden exhibir la credencial del amiguismo, absolutos desconocidos, para quienes el poder no es una herramienta de transformación social, sino una oportunidad para auparse en el ranking social. Y así nos va.

Marta FERREIRA

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