La Magaluf de la Meseta

La muerte de un joven de los muchos que buscan en Salamanca la gran juerga ha provocado el lógico debate sobre el tipo de ocio que ofrece la ciudad (*como las fiestas del tipo de la denominada 'camiseta mojada'). No se trata de buscar culpables de un hecho tan trágico, hubiera podido suceder en cualquier lugar y no tiene ningún sentido escarbar en el morbo.

Lo que sí tiene sentido es la reflexión sobre la deriva que en los últimos años ha sufrido eso que podemos denominar "la noche salmantina". La actitud de algún empresario sin escrúpulos que se dedica a suministrar ríos de alcohol a precios mínimos, incluso por debajo de coste con el fin de arruinar a otros empresarios y quedarse con sus negocios para controlar la mayor parte de los establecimientos, ha llevado a una penosa competencia por ofrecer alcohol barato a los más jóvenes. Los bares, esos lugares tan gratos para conversar como cantaba Jaime Urrutia, se están convirtiendo en meros abrevaderos.

Y todo ello va en detrimento de empresarios serios, que llevan años trabajando para ofrecer un ocio de calidad, unos locales de encuentro a los que no solo se va a beber, comprometidos con los artistas, con la música, con el cliente habitual al que hay que mimar para que vuelva, y que observan preocupados cómo se degrada su sector.

Salamanca está siendo uno de los destinos favoritos de los grupos que con una u otra excusa (preferentemente las despedidas de soltero/a, que es curioso cómo proliferan cuando cada vez hay menos bodas) buscan la mera borrachera y el anonimato para comportarse como nunca osarían hacerlo entre sus vecinos. Algunos consideran que esto es positivo, que Salamanca se hace así famosa y atrae turistas e ingresos que generan puestos de trabajo; pero conviene no engañarse, esta publicidad no es positiva, seguramente perdemos mucho más de lo que ganamos y este tipo de hostelería ni genera ingresos ni genera trabajo. La noche salmantina siempre ha sido famosa por su calidad, ahora lo es por el alcohol barato.

Deberíamos sentir más respeto por nosotros mismos, no podemos poner la ciudad al servicio del negocio de unos pocos. El abandono absoluto por parte del Ayuntamiento de toda política cultural (cómo languidecen los espectaculares contenedores culturales que tenemos, cómo sufren el abandono los artistas y creadores jóvenes que solo encuentran trabas y ningún apoyo, cómo se está reduciendo a la mínima expresión la otrora magnífica oferta cultural de la ciudad) y la hostelería como única oferta, como el negocio en mayúsculas, que nos oprime hasta el punto de que las zonas que nacieron como peatonales o de juego de los niños ya no son tales sino meras extensiones de los bares, están eliminando cualquier rasgo diferenciador de esta ciudad, se parece cada vez más a otras tantas ciudades sin personalidad.

Estamos ante una disyuntiva importante para el futuro de Salamanca y debemos tomar una decisión: podemos trabajar para ser un referente de cultura y convivencia o podemos hacerlo para ser conocidos como la Magaluf de la Meseta. Ustedes mismos.

(*): Añadido por el editor